“Los cuervos no se peinan” de Maribel Carrasco puede ser considerado como uno de los clásicos del teatro infantil mexicano. El texto es metafórico y potente, atrapa el público desde sus primeras líneas. Cuando se tiene una gran dramaturgia como base no se requiere de mucho más. En el centro de la puesta en escena del director Diego Montero están las actuaciones de Diana Becerril y Daryl Guadarrama quienes saben enfatizar la belleza poética de las letras.

La relación trazada entre la señora del sombrero rojo y el niño-cuervo es entrañable. Aunque se muestre inicialmente escéptica y fría, no tarda en admitir al bebé-cuervo en su casa. Pronto proyecta en él todos sus anhelos de ser madre, lo cuida y lo ama como si fuera su hijo. Todo marcha bien hasta el día en que el niño-pájaro de cinco años desea ir a la escuela. La madre se asusta, pero en seguida toma medidas de seguridad. Lo obliga a usar zapatos tan pesados que le será imposible levantar los pies de la tierra. Además, desde chiquito le enseñó a arrancarse las plumas y a esconder su melena debajo de un gorro.

Lo bello de esta dramaturgia radica en la hibridad del personaje principal: Emilio, quien es a la vez humano y cuervo. Esta convención significa un doble desafío para los actores quienes resuelven el juego con mucha destreza. El público, igual que ellos, es incitado a usar la imaginación para que las múltiples imágenes aparezcan en la mente. El recurso de narrar ciertos momentos en tercera persona funciona bien, resuelve llevar al espectador al nivel fantástico como cuando Emilio alza las alas y logra volar.

La puesta en escena es entretenida tanto para niños como para adultos, pues los pequeños —edad recomendada a partir de los seis, pero incluso cuatro o cinco— disfrutan mucho del juego actoral y los grandes de la inteligencia narrativa. Ambos actores son versátiles, su trabajo es preciso y en momentos incluso acrobático. La dirección de Diego Montero cuida los detalles, tanto que una mano o incluso un dedo se puede convertir en un títere animado. Una banca es suficiente para insinuar una cama, el borde de una ventana o un muro. También el uso de las bufandas es ingenioso; subir el chal en la posición de un sombrero significa un cambio de personaje.

“Los cuervos no se peinan” (2012-2013) puede recordar la obra “El ogrito” (1997) de la dramaturga quebequense Suzanne Lebeau, pues ambas hablan de la relación madre-hijo, comparten el gusto por un lenguaje poético-metafórico y son protagonizados por un niño que es diferente a todos los demás. Sin duda, la cuestión del bullying es un punto central (en mi opinión, sobra una de las escenas del maltrato psicológico). No obstante, lo verdaderamente admirable es cómo la dramaturga logró crear el universo del niño-cuervo con tanta imaginación y coherencia.

La conclusión del cuento escénico es hermoso, muestra que no sólo los niños aprenden de sus padres, sino también los grandes de los pequeños. “Partitura escénica para niños con plumas en la cabeza” es el subtítulo de la pieza que evoca una de las ideas principales. Cada pluma, cada pelusilla, que se guarda debajo del gorrito, representa un sueño. Finalmente, la otredad del niño-cuervo no es una desventaja porque Emilio ve horizontes que los demás no ven: “un día será un gran poeta”.

La compañía “Córvido Teatro” se formó hace un año. Se siente el entusiasmo del joven equipo cuyo trabajo en conjunto es notable. La escenografía y el vestuario se crearon entre todos. Diego Montero afirma que Anna Gatica y Raúl Medina merecen el mismo crédito. La primera fue asistente de dirección y productora y el segundo hizo la iluminación junto con el director.


“Los cuervos no se peinan” de Maribel Carrasco

Dirección: Diego Montero

Actuaciones: Diana Becerril y Daryl Guadarrama

Texto por Dorte Jansen y fotos por Susana H. Frías

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