Érase una vez un dramaturgo, Jaime Chabaud, quien escribió en 2008 un monólogo estrenado un año más tarde en Santiago de Chile. Después pensaba que tal vez era un tema afín con los de Carretera 45. La puesta en escena, estrenada bajo la dirección de Marco Vieyra en 2013, sigue potencializando el texto original y presenta una experiencia multisensorial sumamente recomendable.

No es fácil decir de qué va Érase una vez… ni en dónde o en qué país se desarrolla la historia. Pues, principalmente estamos en una sala de teatro y el equipo creativo juega con todas esas posibilidades que el teatro ofrece: cuerpos y voces de los actores, luces y efectos sonoros. Aquello que se ve en el escenario no sólo es la historia de un mexicano de Michoacán en el intento de migrar a Estados Unidos, aquello puede ser el reflejo de todos nosotros que soñamos con empezar una vida más digna. La guerra en un sentido más amplio simboliza la batalla diaria que llevamos todos por salvaguardar nuestros derechos y nuestra libertad.

El juego escénico con las tablas de madera compone probablemente la gran alegoría del montaje. Paradas de pie se parecen a la frontera entre EEUU y México; formadas como una cabina de pilotaje configuran un tanque de guerra; acostadas, un río y en la vertical, un vagón de tren o camión. Las tablas de madera al caerse al suelo, al chocarse entre sí, hacen ruidos tremendos, como las balas de una pistola o como una ametralladora. El acercamiento a la dramaturgia de Chabaud fue en un primer paso físico, es decir, los actores Margarita Lozano, Abraham Jurado, Christian Cortés, Julián Perdomo, Antonio Zúñiga y Said Torres muestran que cruzar la frontera, estar en la guerra y hacer teatro parten del acto físico. Los seis se mueven con agilidad, levantan y sostienen las tablas de madera con fuerza. Para resolver la acrobacia por encima del material tieso y duro se requiere compañerismo. Uno depende de la resistencia del otro, es obligado a confiar, el riesgo físico que toman en la escena es “real”. En donde se cae uno, se caerán todos.

La imagen bélica es la que predomina a lo largo de la obra sin que se fije el territorio exacto: Irak, Afganistán, la frontera gringa, Michoacán se parecen más de lo sospechado. Hablar de estos temas como la guerra, la muerte y la precariedad constituye una necesidad verdadera tanto para el autor como  para el grupo. Un personaje afirma: “Así siento mi país: inmovilizado.” ¿Qué tipo de teatro hay que crear en un país paralizado por el miedo y el terror? La dramaturgia de Érase una vez… se podría denominar “teatro por la dignidad”. Su escenificación demuestra todo lo opuesto a la situación política del país: quedó dinámica e inquieta. Esta activación de los cuerpos conforma probablemente el impulso que se le quiere dar al público.

La pregunta que hace Antonio Zúñiga en un momento parece “real”: “¿En dónde quiero morir?” La mini-confesión personal del también dramaturgo y director toca las fibras sensibles de los espectadores. También en las palabras siguientes de Christian Cortés y Margarita Lozano se adivina un tono de autenticidad. El juego de gotcha representa otro intento para mostrar cómo lo real y lo ficcional se convergen tanto en el teatro como en la vida. En cada función le toca a alguien diferente ser el chivo expiatorio. En un sentido más amplio, esta situación nos puede recordar que la muerte es arbitraria y que no es nuestra elección en donde morimos. El asesinato de un grupo de migrantes en Érase una vez, oc ye nechca es paradigmático de un mundo injusto donde no hay transición entre hacer un chiste y recibir la muerte.

En este elenco la presencia de una mujer, Margarita Lozano, es especialmente interesante y llamativa. Por un lado los diálogos machistas, fundados en el sistema patriarcal autoritario, se descargan en ella. Por otro lado, como actriz hace exactamente lo mismo que sus compañeros. Se ve fuerte, se viste y se mueve como uno más de ellos. Sin embargo, a la hora de cantar su voz la singulariza nuevamente como mujer. ¿No es la voz femenina la que nos evoca la paz? ¿Escuchar la voz de la madre o de la abuela no significa pensar en nuestro hogar?

Tanto la voz de Lozano como la de sus compañeros se refuerzan en vivo con una técnica llamada “escenofonía”. El responsable del diseño sonoro es Iker Arce quien está presente en la escena para manipular los sonidos y crear ecos y atmósferas. Nos lleva al oriente y quizás nos quiere recordar: mi voz, por muy pequeña que sea, tiene eco. Mis acciones, por muy pequeñas que sean, tienen eco.

La vigencia del tema y el dinamismo de las imágenes escénicas convierten Érase una vez… en una obra necesaria y conmovedora. Las preguntas inteligentes e importantes ayudan a despertar la reflexión. Se intuye que la compañía, dirigida por Marco Vieyra, quiere decir mucho más de lo que estaba inicialmente en el texto, como si éste sólo hubiera sido el pretexto de algo que ellos mismos necesitaban expresar. Por momentos la saturación de ideas y los estímulos simultáneos pueden dificultar la comprensión del texto. No obstante, la línea principal queda clara: se busca el contorno de un México en donde sea posible llevar una vida digna, en donde el acento se pueda poner en la vida en vez de la muerte.


ÉRASE UNA VEZ, OC YE NECHCA de Jaime Chabaud
Dirección: Marco Vieyra
Actuaciones: Margarita Lozano, Abraham Jurado, Christian Cortés, Julián Perdomo, Antonio Zúñiga y Said Torres

Fotos: Susana H. Frías

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