Cada vez que voy al teatro como simple espectadora tengo,
Griselda Gambaro
inmediatamente antes del espectáculo, la sensación de que
en ese espacio puede pasar todo o nada.
Lo que se intenta en Nada siempre, todo nunca es una idea casi utópica: detener el tiempo. Por eso el grupo enfatiza en que sólo se trata de un intento. El Colectivo Macramé tiene ahora más de diez años, aunque no siempre se componga de los mismos integrantes. En esta nueva puesta igual que en El último arrecife en tercera dimensión (CCB, 2014) la responsable de la dramaturgia y dirección es Mariana Gándara. También una parte del elenco anterior se repite: Aura Arreola, Ana Valeria Becerril, Regina Flores Ribot, Alma Gutiérrez, Abril Pinedo, Miriam Romero y Mariana Villegas. Son siete mujeres en escena. La iluminación es de Natalia Sedano, la coreografía de Mariana Arteaga y la asistencia general de Anaid Bohor. ¡Energía femenina acumulada! Su entrega es total… TODO o NADA.
Primer gesto de generosidad: a cada espectador se le regala un calendario que lo acompañará durante y después de la función. “Para nosotras es una manera de extender la obra para que no se acabe en la sala”, cuenta Gándara. El inicio de Nada siempre, todo nunca es súbito, el convivio con y entre el público inicia antes de entrar al foro. Se proyectan letras en la pared de una voz anónima que nos saluda y habla amablemente. La escritura es espontánea, interactiva, alguien se está comunicando, nos invita a entrar. Es la advertencia de que se trata de una obra participativa, NADA normal.
En el trabajo de Mariana Gándara se percibe el parentesco intelectual y estético con el director Alberto Villarreal. La dramaturga no niega la influencia, al contrario, con orgullo reconoce que ha sido su asistente de dirección en varias ocasiones. Es por eso que su teatro también es sorprendente, provocador, puede pasar TODO. Se trata de una dramaturgia personalizada, es decir, Gándara conoce a su equipo de mujeres, es consciente de sus fortalezas y debilidades, juega con los contrastes entre sus personalidades, edades y cuerpos. Cada actriz es ella misma y a la vez un personaje escénico, una pieza del juego teatral. La escritura es fragmentaria, un collage, textos e imágenes se solapan. No siempre se captan todas las palabras. El Colectivo Macramé busca una experiencia diferente e inolvidable que abarca toda la sala del teatro: escenario, butacas de abajo y butacas en el piso de arriba.
A lo largo de la investigación el colectivo se hizo varias preguntas que comparte con el público. Por ejemplo una de ellas es: “¿Qué es lo que más les frustra del tiempo?” Sin embargo, ellas no nos darán la respuesta. Este trabajo es individual y personal, de modo que cada espectador apunta en su cuaderno/calendario su propio sentir. En todo momento la invitación por parte de las actrices-animadoras es amable, NADA es obligatorio. Quien desea inicia la reflexión sobre el tiempo y le entra al juego de re-definir valores y conceptos. Nos recuerdan que las frustraciones son deseos muertos y que no es lo mismo deseo y necesidad.
Una de las imágenes más entrañables de toda la obra es cuando las actrices se ponen mallas en las cabezas como si fueran máscaras, mientras que las piernas se convierten en una especie de aparato de fitness. Cuatro actrices exteriorizan a través de sus cuerpos una parte de lo que traemos todos adentro, el desgaste, la exasperación. ¿Qué es lo que necesitamos realmente? Somos una sociedad consumista, insaciables. En esta ciudad NUNCA nadie descansa. En esta vida NUNCA nadie obtiene lo que quiere, siempre se quiere más. “Darle un uso extra-cotidiano a las cosas” es una de las estrategias que aplica Mariana Gándara en sus montajes, ver la realidad desde otro ángulo, hacernos descubrir algo que ya sabemos pero que preferimos ignorar. Así como las mayas encima de las cabezas de las actrices o la casa de muñecos convertida en cuerpo, las imágenes creadas son sugerentes y permiten múltiples lecturas.
En la vida real ni siquiera hay tiempo para cuestionar el tiempo. En Nada siempre, todo nunca, gracias al poder lúdico e imaginativo, se logra lo imposible: el grupo nos regala 90 minutos de vida.
Las actrices miran y escuchan a los espectadores, brindan con ellos, incitan a participar, a levantarse de las butacas, a abrir los ojos y la boca, a intercambiar. Cada función debe ser completamente diferente, pues depende mucho de la voluntad y del ánimo de los espectadores. (Vale la pena repetir esta experiencia con otro grupo, vivir otra dinámica). Es una obra que se encuentra en proceso, en construcción, que seguirá creciendo con el tiempo, pero justo eso desea el colectivo. Dejaron un espacio para incluir a los espectadores de hoy en la función de mañana. Esto no se termina aquí. Coincido con la autora quien afirma: “El hecho de que seamos puras mujeres contribuye a una ternura de la protesta. Y quisimos pensar la fiesta como una especie de protesta.”
Necesitamos teatro hecho con el corazón y con la cabeza, necesitamos teatro humanista. Necesitamos teatro que logre irrumpir en nuestro cotidiano abrumador, que se arriesgue, que se equivoque. Lo que cuenta es el intento, es o TODO o NADA.
(21/11/2017)
Una reseña de Dorte Jansen
Fotos: Susana H. Frías
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