A lo largo de toda la historia del arte en occidente, la diferencia de los sexos ha sido representada bajo una imagen poco dinámica y es que hemos habitado una cultura patriarcal. Basta con ver Ways of Seeing de Berger (Ver artículo anterior) para dar cuenta de cómo las mujeres en occidente han sido representadas, desde que la historia puede contarse, como aquellas que construyen su subjetividad a partir de la mirada del otro. Es la posición del hombre desde donde las mujeres se observan a sí mismas y construyen el devenir de sus cuerpos como sexuados.

La imagen del cuerpo que ha representado y que representa aún para el psicoanálisis la noción de diferencia ha sido binómica por lo mismo. ¿Cómo se podría pensar más allá de lo que ha sido? Para Freud esta diferencia es determinada por la visión del pene o la falta de este. Incluso, las tres maneras de devenir cuerpo para el psicoanálisis (neurosis, psicosis y perversión), se montan sobre mecanismos que responden a dicha visión donde operan la negación, forclusión o desmentida. 

Inconformes con la perspectiva de Freud y sus incansables dudas acerca de lo femenino, una ola de pensamiento psicoanalítico dio vida a un movimiento feminista dentro del psicoanálisis. Este movimiento retomó lo fálico como estatuto de fase e hizo un replanteamiento de la perspectiva Freudiana junto con autores como Ernst Jones, Melanie Klein y Karen Horney para hablar no solo de la falta de pene sino también del útero. Así mismo, un colectivo de mujeres, entre ellas Helene Deutsch, Jeanne Lampl de Groot y Ruth Mack Brunswick releyeron a Freud y refutaron aquello que consideraron misógino. En sus aportes, dieron una representación del cuerpo femenino así como la ha habido del cuerpo masculino con su representante fálico. Esto es, dieron vida a una representación de lo femenino, representación que no deja de ser binómica: ser hombre o ser mujer, tener pene o no tenerlo y tener pene o útero, vagina o el envoltorio de la piel erotizada.

Al mismo tiempo, importantes feministas de la diferencia leyeron a Freud y plantearon una esencia común a todas las mujeres sosteniendo una suerte de identidad femenina con valores intrínsecos y milenarios. También hicieron una crítica a la envidia de pene y reinsertaron en este planteamiento de identidad femenina, la envidia del hombre de la capacidad de la mujer de dar vida. No sin Freud también, Simone de Beauvoir dijo que una no es sino que deviene mujer. Esto es, la identidad de mujer no existe, devenir mujer es una construcción que opera precisamente porque no existe cosa tal como la identidad como un circuito cerrado. Adscritas a esta noción, feministas como Heléne Cixous hablan de un constante devenir. Por otro lado, aparecían fuertes críticas a estas nociones de diferencia montadas en la idea de diferencia de Freud como la crítica de Shulamith Firestone en La Dialéctica del Sexo. 

Dicho sea de paso que la teoría de Freud, estemos a favor o en contra, dejó una marca importante en la cultura, primero como una descripción fenomenológica de la diferencia sexual en crisis en los inicios de la modernidad (de esto hablaré más adelante), segundo como una marca que distribuyó la diferencia de los sexos hoy y que ligó la identidad (para quienes sostienen que esta existe) como necesariamente ligada a la diferencia sexual. De tal modo que existan hoy términos bastante conflictivos que distribuyen, disciplinan y califican cuerpos bajo un signo lingüístico del ámbito de la psiquiatría como los son los términos “disforia de género” o “trastorno de identidad de género”. Esto es, como si existiera cosa tal como un género correcto y no un género que ha sido normado bajo los signos de una cultura llena de malestar. Tanto la teoría queer como el psicoanálisis aportan alternativas a estos modos de pensar al sujeto que no pasan por el lado de la disciplina sino de la escucha.

Los cuerpos que no pasan por la norma manifiestan la cualidad de lo que es difícil de representar. Estos cuerpos siempre portan algo de la verdad, de una verdad del deseo, de una verdad enigmática cultural que no ha sido representada. La noción de normalidad es dependiente de su época y en cada época aparecen normas de lo que un cuerpo es pero también crisis de lo que supone el cuerpo ha de ser. Esto es porque la ilusión de identidad nunca acaba de sostener al enigma, a lo inconsciente, a lo intransitable. Terrible sería entonces pensar que lo normal es algo a lo que todo sujeto debe aspirar pues lo normal suele estar lleno de malestar. 

Una crisis epistémica del cuerpo ocurre cuando hay una disonancia entre lo que el cuerpo se supone que ha de ser de acuerdo a la cultura y lo que podría llegar a ser que aun no ha sido representado pero retorna de lo inconsciente.  Este fue el caso por ejemplo del sufrimiento de las mujeres histéricas en la época de Freud. Justo cuando aparecieron tantas mujeres histéricas era una época donde el signo de lo abyecto estaba puesto sobre las mujeres. Había que deshacerse de ellas, cazar a las brujas. Entre más fuerte la caza, más el número de histéricas.

Antes del siglo XVII y XVIII, las relaciones sexuales no eran pensadas como relaciones entre hombres y mujeres en occidente sino relaciones entre Dios y el hombre. El feto crecía en la gota de esperma y su representación pictográfica nunca aparecía dentro del cuerpo de una mujer ni dentro de un útero. Quizás todos aquí conocemos la representación más completa de un feto en esa época: la de Da Vinci donde el homúnculo flota en una gota.

En la era moderna Dios cayó  y con esto las mujeres adquirieron un nuevo valor cultural. Fue entonces que comenzó la primera ola de feminismo. Las histéricas con su útero volador denostaban con su cuerpo una pregunta: ¿Cómo apropiarse de un cuerpo femenino que jamás ha sido representado? 

Freud escuchó a estas mujeres y sin saberlo hizo algo maravilloso: trató de pensar ese cuerpo femenino y trató de darle representabilidad a través de un mito: Edipo. De ahí que en su teoría se reiterara el problema del Edipo femenino como enigmático. Esto no era un problema de Freud, era un problema de su época. Cuando los cuerpos no encuentran un orden simbólico que los represente, los límites del cuerpo se vuelven borrosos y su unidad se rompe. Freud tuvo la genialidad para pensar en un entramado tomado de la Tragedia Griega que pudiera dar cierto orden a los cuerpos en crisis y funcionó. Freud le regresó al sujeto su dimensión trágica a medida que escucho a las mujeres histéricas y resignificó su sufrimiento bajo los símbolos de la trama edípica. El problema es que dentro del psicoanálisis la trama edípica se convirtió en una representación univoca, el shibolleth que organiza el devenir de un cuerpo lo más normado que se puede: el cuerpo neurótico.  Freud pudo dar cuenta de una narrativa para reinstaurar ese cuerpo sin dios bajo una nueva lógica parricida (porque el Pater Familais ya no representaba a dios) e incestuosa (para apropiarse de esa mujer que ya no le pertenecería a Dios). 

Yo planteo que así como hubo una crisis epistémica del cuerpo sexuado en la época de Freud; hoy estamos ante una nueva crisis epistémica del cuerpo que tenemos que encargarnos de pensar dentro del psicoanálisis. A medida que la mujer como cuerpo abyecto ha devenido más representable, las figuras de lo abyecto en la sexualidad resurgen bajo otras formas. Una de ellas es la figura del trans. La crisis del cuerpo hoy no solo está propiciada por la caída de Dios sino que además por los avances tecnológicos, el capitalismo y una lógica consumista desenfrenada. El trabajo dentro del psicoanálisis es el trabajo de la escucha y no el de la clasificación o distribución de lo normal. Si bien el psicoanalista escucha sin memoria y sin deseo, el psicoanalista lee y tiene prejuicios a los que constantemente se enfrenta y su responsabilidad es derrocarlos para escuchar mejor. Es así como me parece que parte del trabajo del psicoanalista es replantearse de qué trata esta crisis epistémica del cuerpo hoy y cómo habita a los cuerpos para que ciertos prejuicios teóricos no dañen a la escucha analítica. De no hacerlo, el psicoanálisis corre el riesgo de insistir que hoy hay cuerpos que no pertenecen a la trama edípica o cuerpos que no simbolizan e intentará en la clínica que el paciente simbolice bajo la trama edípica que no calza en las formas abyectas  de devenir. No hay pacientes que no son para psicoanálisis, hay analistas que no quieren escuchar porque el sufrimiento del analizando cuestiona al analista. 

La teoría queer se nutre de textos de psicoanálisis para pensar en conceptos. Hoy aportes importantes dentro de la teoría queer abren espacio para que el psicoanalista tenga otras herramientas de escucha y para una metapsicología revisada de esa sustancia enteramente epocal: el cuerpo.

Foto de portada: Enrique Mendoza

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