Hace un tiempo Dürrenmatt, dramaturgo y novelista, escribió un cuento que, en 1990, la editorial Tusquets imprimiría con otras composiciones del mismo autor, con el nombre de La muerte de la pitia. El autor suizo desarrolla magistralmente la historia de Edipo desde la perspectiva de quien decide contar, otra vez, que el hado délfico ha de ser el eje de concentración de la atención del lector, pues en él reside, no el destino, sino la voz de la miseria humana de vista agotada. Dürrenmat ofrece un Edipo desamparado desde el principio del relato; sacrificado dada su colocación al margen de la historia y debido al privilegio que el entorno burocrático, cuya labor es gestionar los actos de los hombres, adquiere a lo largo de su narración.
Dürrenmat sabe que Pániquis, la reveladora, emisora de oráculos fantasiosos, siguiendo a veces la voluntad de Tiresias, otras la propia, entiende el ejercicio de la creación de realidades alternativas como un instrumento con el que se quiebra la voluntad de los individuos. Su personaje, llamado así, quizá por extraña relación con Pan, la deidad que con su grito aterra a los Titanes, está consiente de que su labor es tentativamente finita, por lo menos hasta que otra ocupe su lugar, y agotada de su cansina labor, aprovecha la mayor parte del tiempo para estar drogada, en estado de ensoñación, sugiriendo a cada momento la incapacidad que tiene la humanidad para gobernar su destino.
Una autora francesa, naturalizada mexicana en 1942, escribió una singular versión de su lectura edípica denominada Yocasta confiesa. La breve narración es un cañamazo seductor de erotismo contenido en imágenes sentimentales que revisten el silencio de de la angustia y el placer que vive Yocasta. El personaje, antes que manipular el criterio del lector, profetizando su desenlace, expone apasionadamente los dulces, pero culposos pensamientos, de quien sabe que la persona que reposa a su lado cada noche es al mismo tiempo esposo y, además, padre de sus hermanos.
Tanto en Dürrenmat como en Muñíz, la estrategia discursiva sorprende por la dulzura del tono con el que se disfraza el hecho trágico y por la dilatación del desenlace del conflicto. Fuera de estos ejemplos, directamente relacionados con el sustrato mitológico de la obra originaria, valiosos por cuanto aportan contrastes modernos a la recreación continua de una fábula harto conocida, en México los creadores de teatro también han nutrido sus composiciones repetidamente de núcleos dramáticos relacionados con la sustancia edípica clásica y no con poco éxito en los escenarios; ejemplo de ello es el pequeño Rufino, quien atraviesa las calles de la ciudad —que puede ser cualquiera— preguntando por el paradero de su padre, de ‘el de a de veras’; o el abstracto personaje de psiquiátrico propuesto por Mello, el cual olvida a cada momento lo que ha ocurrido para revitalizar continuamente lo amargo del
La tradición mitológica, se requiere precisar, es rica por cuanto permite una multiplicad de manifestaciones en contextos culturales distintos. El Edipo de los prosistas, así como el de Mello o el de Gaitán, como herederos de esta tradición, retoman la apremiante necesidad de hacer uso de la palabra para emitir mensajes verídicos, aunque no pulcros; si necesitados del decoro que la expresión teatral exige. La diferencia de las propuestas escénicas con las referencias narrativas arriba expuestas, no reside únicamente en la cuestión genérica —narrativa/dramática—, y no tiene únicamente la finalidad de invitar a la lectura, cuidada o aleatoria, del camino que una tradición sigue; tampoco en la distancia enfatizar la temporal o en reivindicar la actualidad que adquiere una versión frente a otras. En aquéllas, como en esta, se continúa colocando ante los ojos del espectador el problema esencial de la libertad del hombre tal como se plantea en la composición griega original; cada una de ellas, por tanto, es valiosa por la originalidad con la que hace eco del mensaje original.
¿Entonces por qué ver la obra de Gaitán? ¿Recuerda usted, lector, la Antígona del mismo autor? Varios y de gran riqueza son los aciertos que este dramaturgo ha ido acumulando. Su Edipo, aunque permite observar la fórmula de continuidad ficcional que ha mostrado en la creación de perfiles y de relaciones internas de encadenamiento de la acción que, cada vez, según anota el mismo dramaturgo en el significativo cuadernillo que acompaña a la presentación, se van haciendo más autónomas en su manera de manifestarse escénicamente; el juego de mucho contenido expresado por medio de poco, pero sugerente aparato; la conservación de la colaboración de la Compañía Nacional de Teatro —en especial de Carolina Politi y Adrián Ladrón— con la finalidad de no perder la sustancia que los estos actores han aportado al trabajo de creación de los caracteres sobre los cuales han trabajado; y, muy ingeniosamente, a la utilización de mecanismos dramáticos que se repiten con variaciones. Todo lo anterior vuelve apremiante recurrir a las composiciones uno y otra vez, mirarlas en escena y después, incluso leerlas.
A Gaitán le gusta narrar, involucrar al espectador, seducirlo de maneras distintas; manipular el desarrollo de la acción, dejar que los actores hagan su trabajo siguiendo un hilo de conducción dinámico que llena poco a poco el contexto escénico de fuerzas que se oponen, tensar el ritmo de la representación. Antes de la primera escena, estimado lector, recibirá el estímulo; léalo rápido, pero con calma, reaccione, y hágalo pronto, porque a Gaitán sabe que mueve el ánimo del espectador; tosa, balbuceé y odie a su padre. No pretenda detenerse en minucias de aparato, ni siquiera en las finales, esté dispuesto a dejar que la propuesta dramática le plante en frente un mundo cuya extensión es alcanzable por la fuerza de la voz dispuesta de manera diagonal, como lanzadera hacia la sala.
Así que no espere un gran aparato escenográfico como en otras ocasiones ha mostrado para la grandeza de la antigüedad grecorromana; déjese sorprender por la fuerza del discurso contenida en los diálogos y maravíllese con la espléndida interpretación de los personajes, sobre todo, de Tiresias, realizada por Diana Sedano, personaje que podríamos esperar que Gaitán repita por la energía que proyecta toda vez que, si volvemos a las referencias citadas al principio de estas letras, nos pone de manifiesto la necesidad de reflexionar sobre una jornada para rehabilitación la verdad, su sentido y multiplicidad de significados en nuestros tiempos.
Entrada general $150. Con descuento, $75. Hasta dos boletos con CREDENCIAL VIGENTE a estudiantes y maestros de cualquier institución, ex-alumnos y trabajadores de la UNAM, jubilados del ISSSTE, IMSS e INAPAM.
Foto de portada: Cultura UNAM
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