¡Esto no se puede escribir! ¡Ni siquiera soportar!…
Te salvaba el hecho de que todo sucedía de manera instantánea,
de manera que no tenías que pensar, no tenías tiempo ni de llorar.
Voces de Chernóbil
Para finales del 2016 ya había leído por segunda vez Voces de Chernóbil, antología de entrevistas publicada por la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, quien unos años antes consolidara su obra colgándose la medalla que otorgan las academias a los corazones más destacados en distintos campos de conocimiento. La capacidad de supervivencia del ser humano expuesta bajo la lupa de la comunicóloga galardonada con el premio nobel de literatura en tiempos de hiperrealidad es una de las manifestaciones más férreas de los inmutables senderos por lo que el silencio y el sometimiento avasalla a las clases menos poderosas en la actualidad.
En México no estamos lejos, como los habitantes de la Rusia Blanca, de coexistir con el resultado de catástrofes de grandes magnitudes que es necesario señalar. Durante todo el presente año distintas expresiones teatrales, compañías y dramaturgos han mostrado interés por hacer asequible para los espectadores un sinfín de temas relacionados con la descomposición política, social, económica, ecológica que imperan en el país. Los mecanismos teatrales tienden un vínculo efectivo con el espectador debido a que crean imágenes que están directamente ancladas a la realidad; aunque no se quiera, haciendo existir dentro de la caja oscura un universo que levanta la voz incluso cuando carece de ella.
El paseo por la memoria en las voces de Chernóbil tiene eco en el teatro de nuestros días por medio de la estructura trágica que Aleksiévich utiliza para presentar a los actores del drama posterior a la explosión de reactor nuclear en 1986. Esas voces han esperado durante mucho tiempo para que sea el senado quien enjuicie los actos de un sistema político sustentado en métodos represivos y quien reduzca con su participación las consecuencias de la catástrofe en distintos niveles de la existencia. Aquí he hablado antes de Alina Dadaeva, poeta rusa, residente en México, y a quien en su país se le reconoce, además de por haber traducido al ruso algunos poemas de la lengua náhuatl, por otra especie de virtud. ¡Vaya usted a saber si el hecho de que se le adhieran al cuerpo objetos metálicos tenga que ver con algún tipo de interferencia divina, o sea por haber estado expuesta a la negligencia de quienes han ostentado el poder después de 1986! De cualquier modo, el coro tiene que puntualizar el devenir de los actos del hombre, realzar lo que culturalmente se entienda por libertad y, al mismo tiempo, refiere constantemente Aleksiévich, que la salvación de la humanidad es la buena voluntad y la capacidad que la humanidad tiene para dejar de ser lobo de sí misma.
En México el descontento social no está lejos de parecerse a los dramas transatlánticos. Aunque muchos dramaturgos, comediantes y poetas ejercen el oficio negando la importancia del texto en términos de posteatralidad, es conveniente mencionar que la palabra importa, y si bien de la misma manera es efímera e irrepetible como el resto de los componentes del código de comunicación teatral, su éxito reside en la habilidad que posee para tender un vínculo narrativo entre todo lo que compone el universo ficticio y el de la cotidianidad del espectador. Entonces, el teatro funciona más allá de la caja excesivamente negra o excesivamente clara; desde el programa de mano de una pieza, desde la actitud de los representantes, desde la pluma creativa de los autores y desde la imaginación del espectador cuando se pone en marcha.
Si Aleksiévich saca de la caja negra, en tres actos en los que divide su obra, las voces de un pueblo cuya resistencia al desorden y descomposición traen consigo nuevos modelos de creación artística en México, las voces allí contenidas en la dramaturgia son reflejo de mujeres y hombres desaparecidos, de grupos de animales acribillados a sangre fría, de niños que se han quedado sin padre o madre, sin amigos de generación; de trabajadores comprometidos con el desarrollo de su país a quienes de manera obligada se les ha sacado de sus viviendas, y cuando a ellas hubieron pretendido volver, se les trató tal cual la fuerza pública ha tratado a los opositores en los estados libres de derecho mexicano.
La caja negra del teatro en nuestro país, igual que las letras de la Bielorrusa ha levantado la voz, ha tendido sus hilos al espectador de maneras diversas durante todo 2017: tiernamente para recordarle que el amor de una antigua pareja veronesa puede prescindir de las reglas de la composición de una sociedad aparentemente original, pero no de las del lenguaje en el que los amantes encuentran el espacio adecuado para unir sus voluntades con respeto y reconocimiento del otro; ha difundido mensajes en torno al tema del agua y su vital importancia para la vida; le ha recordado que la risa también se construye con elementos tan delicados como el papel. Las más de las veces, y quienes asistimos en últimas fechas a la Muestra Nacional atestiguamos, composiciones dramáticas que ejercen presión sobre el estatismo y escisión en cada uno de los individuos en la mayoría de las instituciones que integran una sociedad en la que prevalece la ‘posverdad’ como eje regulador de las masas, mas no aquéllos que apagan sus dispositivos electrónicos por unos instantes para voltear a mirar el viejo librero que comenzaron a cultivar desde niños y conectarse a la realidad a través de la pedestre tecnología de la imaginación.
Hablaba hace unas líneas de la importancia de la palabra, y aunque éstas deberían dirigirnos hacia la comprensión del fenómeno teatral en esta segunda década del siglo XXI, de los acontecimientos que algunos dramaturgos y las compañías de ejecutantes dirigen en distintos a foros a públicos diversos, de la polisemia y perdurabilidad de la creación de un autor, de la efectividad comunicativa de una dramaturgia, de los privilegiados ejecutantes de personajes en las tablas, en realidad sirva su mención y la relación con la obra de la bielorrusa para tender un vínculo entre la comunicación dramática y los quehaceres de quienes ostentan la administración de los apetitos y pasiones sociales con la etiqueta de sustentabilidad. Asunto, este último que ha atravesado los escenarios, no únicamente de la capital mexicana, sino de los estados más cercanos a la CDMX.
El personaje de ‘Sabiduría’ en la versión de Antígona refiere, en un largo discurso de presentación del conflicto, la necesidad de llenar el discurso con actos que lo acompañen; de certificarlo, o bien de validarlo como se hacía antiguamente con un apretón de manos. La palabra, y por medio de ella la voluntad del emisor de un mensaje, revela sus intenciones cuando de actos es acompañada. Más adelante, se recordará, la dramaturgia enfrenta a los hijos de Edipo por medio de un juego de cartas que fueron mostradas fielmente al espectador, tendidas en la boca del escenario. La palabra pública y la privada son enfrentadas cediendo privilegios a la voz del tirano, quien finalmente triunfa sin importar la elocuencia de quienes necesitan solución a un problema contingente, a saber: quien continuará llevando el gobierno en Tebas.
El mismo tipo de situación se ha representado por medio de dramaturgias más sencillas, pero afortunadamente para el género dramático mexicano, la preocupación por los quehaceres que ponen freno a la corrupción ha trascendido las fronteras y se ha escenificado en otros foros alrededor del mudo. La compañía Los Colochos llevó la puesta escénica de la crisis de la lucha contra el narcotráfico en los estados del norte del país a escenarios europeos no con poco éxito. Las pérdidas humanas, la desvirtuada derrama económica, así como la inválida coerción ejercida sobre las autoridades del país y la sociedad civil mexicana fueron objeto de crítica, aceptación y asombro. Huelga decirlo, pero no caben mensajes laxos. Probablemente si en una botella de licor fuerte, poco conocido en el centro del país y mal comercializado, pero con el que se abren los corazones, tal cual las brigadas de rescatistas en las crisis naturales de los últimos años.
En su forma de documental dramatizado, el ejercicio de la violencia se muestra normalizado, y el teatro alza la voz para anticiparle a los espectadores los futuros resultados. La fuerza del discurso dramático de un Mal país es apenas el inicio de una cadena de manifestaciones frente a la obligada pasividad civil. En esa misma dirección se representaron desde la metáfora institucional de un ring de boxeo, en Last man standig, las acciones dirigidas por la desgastada, pero vigente, falta de comprensión de la oposición de lo masculino y lo femenino. La Palabra y la acción representadas en el trabajo físico de los actores manifestó la antinomia entre la sociedad civil y las costumbres arraigadas en las instituciones, las cuales privilegian la pronta caducidad de los actores que las integran; no sin dejar de lado la mala educación que el grueso de la población mexicana tiene para actuar con libertad, respeto y conciencia de sí misma.
El ciclo de descomposición institucional puede cerrarse, a razón de que no lo he visto todo, y de que para hablar de teatro infantil dejo la pluma a colegas y críticos más capacitados, con las puestas en escena de la Compañía de Teatro Penitenciario. La palabra para esta tropa es fundamental y pretende siempre disposición al diálogo directo con el espectador. Ricardo III, obra representada frente a mil personas aproximadamente en el cierre de la Muestra Nacional de los pasados días, abre de manera franca la participación activa del asistente; recordando que siempre que se tenga una propuesta digna de meditarse se someterá la decisión a la ira de quien mueve los hilos, pero que será la sociedad civil quien condene al espectador a la muerte social frente a amigos, familiares y desconocidos.
En el mundo del espectador, también la palabra representa la manifestación posible de realización del ser y su necesidad de asirse a la existencia. Recordar la importancia de la palabra dramática es recordar la esencia de una poética no esotérica, sino que se explica en la construcción completa del drama; en la actitud de los actores que continuamente intentan reeducar al público, incluso confrontándolo, haciéndolo participar a regañadientes en la construcción de los argumentos.
Habrá objeciones al respecto de esta última proposición; sin embargo, también en las riberas del discurso imaginario, el teatro mexicano ha remodelado discursos hispánicos clásicos como si ocupara el lugar de un entomólogo que sigue tratando de dar explicaciones para la puntualizar que la reconstrucción de la composición social es algo necesario siempre que se han alcanzado ciertos límites. Algo en fuente ovejuna ha recordado la naturalista manera de ver el mundo en tiempos de Lope. En el Siglo de Oro se solía utilizar la referir: “Si está enferma la cabeza, el cuerpo todo lo padece” cuando se trataba de cuestiones de gobierno. En el mejor de los casos, una cabeza enferma resultará más lúcida cuando se sitúe en la privacidad de una celda, aislada de todo contacto con el mundo. Quizá el mundo propuesto sea el de la revisión de uno mismo, según asiente Divino Pastor Góngora, y traiga aparejados procesos de reflexión de los que surjan discursos de conciliación individual y colectiva que no se ejerzan con la violencia con la que se muestran en los escenarios reales.
La violencia es asunto del arte así como ha sido moneda de intercambio en las sociedades modernas. Julio Cortázar refirió en alguna ocasión que un cuento debe vencer al lector por knock out. ¿Importa en dónde se acomode el golpe? La estrategia es válida en teatro si se considera que toda compañía, obra o autor, o en muchos de ellos en buena medida, esperan producir un cambio, ya no digamos sorpresivo, en el espectador.
Los porqués de la energía para sobrevivir a una devastación apocalíptica comienzan a encontrarse cuando se levanta la mirada. El arte y la realidad se cruzan efímeramente, el teatro es quizá una de las pocas manifestaciones de todos los tiempos que no dista de mostrarnos cuán equivocados han estado los herederos de un sistema que ha acribillado —física, moral, social y emocionalmente— a gran parte de las generaciones en distintas plazas públicas en todo el mundo. Serán, pues, los hijos de estos herederos, los que al arte se dedican, o los que por otra razón asisten a los foros, quienes no dejen de expresar su cansancio y lo hagan con voces que renuncién a todo tipo de anquilosadas academias, a todo tipo de educación en cuya base se encuentre el desconocimiento del otro para reconocimiento de uno mismo; a la palabra que exprime la esencia de las personas, anulándolas. Si bien el arte no lo resuelve todo, el teatro con sus representaciones y sus textos, con sus pugnas institucionales internas; con el cierre de foros y apertura de otros; con las voces a las que los grandes foros abren puertas; con las buenas intenciones con las que los pequeños cobijan nuevas propuestas; con sus teóricos y críticos; seguirá levantando la voz; seguirá permeando a otras expresiones con sus estrategias para hacerlas arte, aunque dentro de estas tenga que confrontar al espectador, llamarlo idiota o llevarlo al límite de la incomprensión. De acuerdo con la tónica planteada por las entrevistas dramatizadas que comencé refiriendo, el teatro mexicano de este año que termina ha puesto en escena la apremiante necesidad, ya no de que vuelva un coro de voces enérgico a enjuiciar los malos actos de sus representantes en las sociedades occidentales, sino de que a partir del primero de diciembre se conserve la voz de la crítica colectiva para señalar los vicios sociales, tal como se representa desde sus núcleos sociales más íntimos en La gran familia, antes que para seguir siendo testigos del mal trato con el que nosotros mismos contribuimos.
Foto de portada: Freepick
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