Diría Octavio, según Benedetti que
…en Latinoamérica
los intelectuales [seguimos siendo] la catástrofe
En México las autoridades sanitarias determinaron que el aislamiento para evitar una catástrofe sería a partir del lunes 23 de marzo del presente 2020 y que se extendería hasta, por lo menos, el 20 de abril. El viernes 27 se dice que la alerta de aislamiento se extiende un mes. Este aislamiento afecta a todos los sectores de la sociedad mexicana sin importar creencias, costumbres y hábitos. Si bien las calles no se han vaciado por completo debido a las particulares circunstancias socio-económicas que nos han caracterizado históricamente como pueblo mitotero, se sigue respirando inseguridad, violencia de género, corrupción, lavado de dinero, depreciación de la moneda nacional y pauperización en sectores económicos primarios, secundarios y terciarios, ya sean públicos o privados.
En este ambiente es una gracia pertenecer al gremio académico nacional, sobre todo a aquél que permite libertad de cátedra. Las últimas sesiones de aula, los asuntos arriba señalados fueron comentados con alumnos de distintos grados académicos. En mi clase privó dentro de esa maraña de dudas la pregunta “¿para qué sirve el arte? ¿cuál es la utilidad del arte? ¿Por qué la humanidad hace arte?” y toda clase cuestionamientos adyacentes que pudiera cualquier persona imaginar. Acá teníamos un par de semanas leyendo poesía en unos grupos, asistiendo al teatro en otros. Cuando de teatro con base textual versal se trataba, todos íbamos a ver teatro clásico español o novohispano. Sin embargo, y a pesar de la continuidad que se le debe dar a los planes de estudio, los estudiantes no paraban de relacionar contextos socioculturales con fenómenos poéticos o teatrales que, según la perspectiva de una gran mayoría, o no comunican mucho o son difícilmente entendibles, aún atendiendo a las bases teóricas y conceptuales.
Para esos días publicaba por aquí en we’re una nota sobre Vórtice. En esos días, igualmente, aunque ya se comenzaba a difundir con mayor número de voces impresas y digitales la noticia de la aproximación del covid-19 a tierras americanas, en México no se consideraba posible que se habilitara la práctica docente en línea en aquellas instituciones que ofrecen servicios presenciales, así como tampoco que la práctica teatral se apoderara de los medios digitales y de comunicación en masa para sobrevivir al obligado encierro. En menos de ocho días, de España, Argentina, México, y Estados Unidos, por mencionar algunos de los que sigo en mis alimentadores de voyeur teatral han surgido propuestas que pretenden satisfacer al fiero vulgo o, por lo menos, calmar su ansiedad frente a la incertidumbre política, económica, social que resultarán cuando todo esto vuelva a una nueva normalidad.
Esta nueva realidad comenzó circular el 27 de marzo a nivel mundial con la celebración del día del teatro. La práctica teatral, por lo pronto y quizá no únicamente de manera contingente, parece haber expandido las salas, alejando al espectador un nivel más allá del preestablecido por la cuarta pared. No debería sorprendernos a mediano y largo plazo que esta situación obligue a pensar modelos de sensibilización que tengan que incluir una escuela de espectadores a distancia; o que el espectador se queje porque no puede apreciar todos los estímulos que ofrece la teatralidad, porque si se quisiera una mirada gobernada por un narrador mejor vería una película. O si se quiere una solución más posmo: que empresas de hardware comiencen a diseñar sistemas de video caseros en los que se pueda mirar y sentir teatro por todos los costados. No hay por dónde. eso sigue sin ser teatro.
Se mira teatro en el lugar en el que quien actúa establece un lugar ficcional, porque ello promete una experiencia para todo lo que habita ese lugar durante un tiempo y no otro. Quienes han visto más de una ocasión la misma obra pueden asentir con la proposición que dice que nunca una representación de la misma obra y los mismos actores es igual otra. Sin embargo, la crítica no se atreve a decir que a los actores de cualquier obra ya se les notaba desgastados o cansados las últimas representaciones. No es que no se atreva, es que el crítico va una vez; si va más, es para buscar la entrevista que asegure… no se sabe bien qué. Por otro lado, ver un video de una obra lo hace quien necesita muestras posibles de interpretación para compararlas, para observar contextos de representación, para estudiar un tipo de teatralidad de una época o para explicar los estilos de un autor, compañías o propuestas de dirección distintas. En el más ligero de los casos recurre a la grabación de una obra quien quiere verla, porque no pudo asistir a la sala cuando ese efímero fenómeno pudo atestiguarse de manera presencial.
Otras tantas cosas habría que mencionar en torno las consecuencias que acarrea el encierro sanitario. Los alimentadores de noticias sobre teatro deberían ser visitados con cautela. Si se pretende apoyar a las compañías y a los actores, no se debería de recurrir a los transmisores secundarios, ya que ellos probablemente monetizan las visitas. La idea de seguir a actores, compañías y foros requiere de localizar en buscadores externos, así se contribuiría a que monetizaran los productores primarios de esos productos culturales. Y es que en efecto, en cuanto se regularice la situación de encierro, tampoco debería sorprendernos que los medios proveedores de videos teatrales comenzarán a pedir registros y contribuciones obligadas para mantener los repositorios activos. El camino queda abierto para encontrar nuevas maneras de comunicación con el público.
Muchos de quienes seguimos el fenómeno tenemos como contacto en nuestras redes a actores, directores o compañías a los cuales la Secretaría de Cultura no les ha remunerado su trabajo. No se preocupe, el sector educativo pasa por las mismas circunstancias. La crítica especializada, igual; la independiente, lo mismo. Muy probablemente su teatrero favorito sea doblemente golpeado en el sentido económico: por teatrero y por maestro; sólo hay que esperar la nueva regularidad. La crítica de alguna manera también tendrá que abrir posibilidades de comunicación que rebasen su necesidad de decir pronto y mal por quedar bien. Sobre todo la crítica de difusión, misma que es alimentada por los directores, actores o equipo técnico. Quizá la académica haga real la consigna que pocos estudiosos aplican de ‘generosidad académica’ y se extiendan los saberes más allá del renombre de algunos especialistas.
Habría que remodelar, entonces las preguntas de esos estudiantes. ¿A quién sirve el arte? ¿Quiénes se sirven de quienes producen arte? Y reflexionar estas preguntas sin dejar de lado la idea de que fracasamos buscando la fórmula que comprueba que las instituciones corporativas son el centro de la existencia; agregar que no se necesita llegar a una crisis para conjuntar voluntades; o bien que no necesitamos sacarnos los ojos porque sí tenemos libertad de elección; y entender que esto último es ficción y que no podemos verlo como si estuviéramos viendo la realidad. Se nos presenta como si fuera real para anticiparnos a nosotros mismos en tiempos de peste. Tragedia o comedia, el teatro se sirve de la crisis, de la guerra, de la pobreza, de las enfermedades venéreas, de las realidades cuánticas, de los opuestos simbólicos o miméticos, de los multimedios; los anticipa y los transforma en otra cosa. Igual que se sirven las explicaciones de los temas dentro de un salón de clase para transformarlos en actos creativos de los estudiantes cuando deban ser utilizados. De uno u otro lado, se usan máscaras. ¿Cuál es el sentido de hacer arte? ¿Cómo se está modificando la naturaleza del arte escénico, y específicamente el teatral? ¿Y qué hacemos con las preguntas multidimensionales del tipo qué observamos cuando el espejo negro se traga la caja negra?
AvE
CDMX 30 de marzo 2020