Ver una obra como NADA marca un antes y un después en el espectador; es imposible salir del teatro sin cuestionarse ciertas cosas. Basada en la novela de la escritora danesa Janne Teller, NADA cuenta la historia perturbadora de unos niños en busca del sentido de la vida. La bajacaliforniana Bárbara Perrín Rivemar fue la dramaturga ideal para hacer la adaptación mexicana: “Me la encomendaron porque he tenido un par de aciertos a la hora de escribir textos vertiginosos y con algo de humor ácido. Les metí más carne a los personajes, pues en el texto de Teller todo se narra desde el punto de vista de Ana (Agnes).”

Un día Pedro (Nick Angiuly) decide subirse a un árbol e inquieta a sus compañeros (Lila Avilés, Pablo Marín, Andrea Riera, Lucía Uribe y Leonardo Zamudio) al preguntarse por el sentido de la vida. Ellos intentan comprobarle que sí existen cosas con un significado importante. La lista va de un hámster, de la excavación clandestina del hermanito muerto, sobre unas mechas azules, una bici amarilla a cambio de la virginidad y termina con el corte sangriento de un dedo.

Al parecer todos esos sacrificios valieron la pena, pues, su juego macabro llama la atención de la prensa internacional. Se les ofrece una inmensa cantidad de dinero para exhibir su torre de significados en un museo. No obstante, Pedro los corrige: las cosas cuando son convertidas en dinero pierden su significado personal. La verdad duele y los niños, desilusionados, asaltan a su compañero y prenden fuego a la fábrica. Al final, perdieron todo: su inocencia, su sonrisa y las ganas de vivir. “Si la muerte no importa tampoco la vida”.

El trabajo de la directora Mariana Giménez se singulariza por haberse involucrado de manera tan personal, es decir nutrió la puesta en escena con recuerdos de su propia infancia y pidió a los actores que hicieran lo mismo y eso avivó a los personajes. Sin duda, son las actuaciones las que llenan el espacio de NADA, jugando con el significado mismo de la palabra. Los objetos no se materializan, como la bici amarilla o el Jesús crucificado, todo se resuelve actoralmente. De hecho, las escenas más brutales y sangrientas no se ven, se narran y suceden en la imaginación del espectador. Se trabaja con la cantidad mínima de actores, unos cuatro se encargan de interpretar múltiples personajes, lo cual vuelve el montaje especialmente dinámico. Las actuaciones son tan precisas que muchas veces parecen coreografías.

La sencillez de la escenografía —un simple podio cuadrado— diseñada por Patricia Gutiérrez Arriaga, enfatiza lo que se podría llamar una “estética de la nada”. En el centro, se encuentra un cubo vacío, que va creciendo con cada significado. Hacia el final, el cubo cae por el suelo para convertirse en el ataúd de su compañero. Pedro, este personaje que recuerda al Barón rampante de Ítalo Calvino, no necesita un árbol “falso”, usa la pared del teatro para subirse al piso superior. Con su mano atraviesa la luz de uno de los focos y así juega con la materialidad “real” del teatro.

¿Qué significa el teatro en la vida de un actor? Lo significa todo. Se ve y se siente que el equipo creativo de Nada ha entregado todo y, al menos, los actores lograron llenar sus vidas con un sentido durante la primera y ahora segunda temporada en el Teatro Santa Catarina. Pedro escribe en letras grandes: “NADA”. Esta palabra y otras preguntas zumban un rato más en las cabezas de los espectadores.


“NADA” de Janne Teller, adaptación: Bárbara Perrín. Dirección: Mariana Giménez

Actuaciones: Andrea Riera, Pablo Marín, Lucía Uribe, Lila Avilés, Alan Uribe, Leonardo Zamudio, Nick Angiuly

Fotos por Susana H. Frías

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