Inaugurado por Manuel González Cosio, Ministro de Gobernación de Porfirio Díaz, un lejano 29 de diciembre, el Mercado de la Paz en el centro de Tlalpan recuerda que existió un tiempo en el que el comercio era una competencia justa
Por Enrique Mendoza Ruiz

Efigenia conoció este lugar por primera vez en 1968 cuando acompañó a su madre a su trabajo desde San Pedro Atocpan, Milpa Alta. Ella había conseguido hacerse de un local a principios de los sesentas, justo en un espacio que me señaló con un gesto rápido sin dejar de mirar de reojo a las personas que se detenían a ver sus productos. De esos años, Efigenia, ahora acompañada de sus hijos, recuerda que lo más grato era no tener más responsabilidades que la de ayudar eventualmente a su madre a vender chiles secos cuando era niña, como también que los locales de ese entonces eran mucho más modestos aunque solían estar frecuentados por más personas.

Como ella y su familia, decenas de comerciantes provenientes de distintas partes de la ciudad trabajan en el Mercado de la Paz en el centro de Tlalpan, un amplio espacio de ladrillos rojos inaugurado por el mismo Porfirio Díaz a principios de 1900 que evoca el pasado provinciano de la Ciudad de México. Ahora, incrustado al sur de una mancha urbana que no deja de extenderse, tanto el mercado como las calles que lo circundan hoy son ejemplos de un estilo de vida que, a pesar de sus adversidades, prevalece; aunque bien pudiera estar decayendo.

“Antes venía más gente”

Puestos de comida y negocios familiares sobre los que cuelgan soberanamente, tanto chillantes cartulinas como imágenes de santos, mantienen vivo un entorno que podría estar languideciendo silenciosamente a pesar de su diversidad y dinamismo, debido a una agresiva competencia desleal por parte de supermercados y tiendas de autoservicio, un paulatino abandono por parte de las autoridades, así como a una creciente precarización de la vida de los mexicanos.

Por una parte, a pesar de que tan sólo en la Ciudad de México los mercados públicos satisfacen el 22 % de la demanda de productos básicos de la población y que cerca de 70 mil 336 comerciantes trabajan en este tipo de negocios, desde los años 80 estos espacios, cuya historia se remonta a los tiempos de la Gran Tenochtitlán, tienen que competir contra los supermercados que aumentaron de 5 mil 756 en 1988 a 23 mil 183 en todo el país en 2004, de acuerdo con un estudio realizado por la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco).

Dicho aumento si bien no puede justificar por sí solo el decaimiento que han sufrido las “tienditas” y mercados tradicionales en los últimos veinte años, sí puede ayudarnos a entender al menos algunas de sus razones: a pesar de que la Ciudad de México sea una de las entidades en las que hay “una relación más equilibrada entre los mercados públicos respecto a otros conjuntos comerciales”, de acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Económico de la Ciudad de México, la competencia entre ellos no podría ser considerada justa si se toma en cuenta que la mayoría de los locatarios de los mercados públicos no cuentan con los elementos suficientes para modernizar sus establecimientos para competir con tiendas que tienen la capacidad de estar abiertas las veinticuatro horas del día.

Como Efigenia, Arturo también recuerda que antes venía más gente. Proveniente de la colonia San Lázaro, éste hombre recuerda con mucha tranquilidad un tiempo no muy distante en que los locales ofrecían una mayor variedad de productos. Con el tiempo, su negocio de reparación de electrodomésticos ha podido hacerse de conocidos y clientes frecuentes, pero la insatisfacción acerca de la situación por la que atraviesan los locatarios como él es evidente. Sí, las tiendas de autoservicio afectan a todos los negocios que están a su alrededor en un radio de 5 kilómetros y la gente cada vez prefiere más este tipo de alternativas, también es posible imaginar que la situación de los mercados y “tienditas” seguirá decayendo.

Ya en otro local me recibe un hombre que no deja de reacomodar sus máquinas de coser para poder bajar su persiana. Es una sastrería que administra él y su esposa. Su mejor recuerdo en el Mercado de la Paz, me cuenta mientras cierra su local, fue enterarse que ha habido personas que han venido desde muy lejos a pedirle ropa confeccionada tanto por él como por su pareja.

A nuestro alrededor, los puestos de comida llenan el aire de con su particular aroma mientras nos despedimos. ¿Se está haciendo todo lo posible por conservar estos espacios?


Agradeciemientos especiales a I.S.C. Roberto Galicia por las correcciones e información otrorgada.

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