Jean Laplanche es una figura profundamente interesante dentro del ámbito psicoanalítico. Sus contribuciones a la teoría psicoanalítica van más allá del famoso Diccionario de Psicoanálisis que usualmente utilizamos quienes decidimos adentrarnos en el estudio minucioso de conceptos en esta disciplina. El filósofo y psicoanalista, formuló una propuesta de refundación casi completa de la teoría freudiana en su conjunto. Se vio profundamente influenciado por pensadores como Emmanuel Lévinas, Gaston Bachelard y Merleau-Ponty. Un aporte absolutamente original en su obra es dejar clara la diferencia entre mundo externo y ajenidad hacia una postura de la alteridad. Sus aportes nos ayudan a pensar problemas que no solo son clínicos sino que vislumbran alternativas para explorar la relación apasionada que nos ata como sujetos a la vida política. Además de numerosos psicoanalistas, pensadores como Cornelius Castoriadis y Judith Butler se han visto influenciados por él.
En los comienzos de la vida, la cría humana queda marcada por una exterioridad excitante pero traumatica: la entrada de los otros. Esta entrada define para siempre al sujeto y su relación con el mundo. A esta relación asimétrica con el otro que nos alimentó alguna vez y a la que todo humano nos hemos confrontado, la llamó seducción. El infante se ve confrontado e invadido de mensajes que por su carga energética resultan incomprensibles para él. Dicho infante se ve confrontado con su enorme vulnerabilidad: del otro depende su vida. Así, no le queda otra opción que hacer un trabajo de investigación y traducción de dichas comunicaciones que Laplanche llamó mensajes enigmáticos. Para este psicoanalista, el trabajo de comunicarnos con los demás es un trabajo de traducción y cada quien traduce como puede hacerlo. Esto es, de una manera más o menos concordante con lo que se nos comunica, pero nunca de una manera igual.
Este trabajo de traducción de lo que otros comunican, pone de relieve una problemática central entre los seres humanos: las difíciles relaciones de asimetría. Esta asimetría consiste en que ante el mensaje enigmático del mundo que es introducido por los otros siempre estamos vulnerables. Las relaciones con el otro resultan asimétricas en tanto que en un primer momento cuando nacemos, los seres humanos dependemos enteramente de la asistencia del otro y de la manera en que nos comunican de manera inconsciente los mensajes enigmáticos del mundo. Para Laplanche este mensaje es sexual, no en el sentido genital del término, sino que es sexual en tanto es una carga energética transmitida. Esta carga inviste al cuerpo de la cría humana. La vulnerabilidad del cuerpo de la cría es tal que no vive sin ser alimentado por lo que la carga energética del otro aparece como un mensaje avasallador. Esto es, desde un primer momento de nuestras vidas, el peso del mundo nos excede y su carga es traumática, el mundo cae sobre nosotros y es un enigma.
Si los otros no insertan un mensaje del mundo, no operamos dentro de los códigos de la cultura. En esa asimetría ante un adulto que inserta el peso del mundo, nos formamos como sujetos. La relación con esos otros que imprimen en nosotros significados, no solo expresa cómo opera su agencia sobre los cuerpos, sino que se convierten en la manera misma en que el sujeto traduce los mensajes enigmáticos del mundo y por lo tanto de nuestra relación política con él.
Dicho así, la objetividad de los hechos nunca es pura. Ésta pasa por un velo fantasmático que estaba inserto en la manera en que el peso del mundo nos fue transmitido a través de un mensaje enigmático. Nuestro mundo como lo traducimos pasa por el filtro de una primera traducción: la de aquellos con quienes intercambiamos mensajes.
Lo que además resulta profundamente interesante es que estos mensajes inaprehensibles no solo son transmitidos por el habla, sino por el tacto, por percepciones sensoriales, por un mensaje sexual inconsciente y disperso que aún no ha sido lo suficientemente editado como para entenderse como un mensaje sexual localizado o específico. Esto es, dicho mensaje sexual aparece como una carga energética avasalladora. El adulto que emite mensajes al infante, conoce solo una vertiente de su mensaje, y su mensaje se transmite a los otros. Mensaje que además desconocemos porque es inconsciente.
Aún en la vida adulta, queda algo siempre que desconocemos y precisamente porque desconocemos el mundo en su totalidad, nos relacionamos con el otro hablando pero también con nuestro tacto. Incluso hablar nunca deja de ser tocar al otro, transformarlo. Escuchar es también ser tocado y transformado por el otro, por el enigma de lo que nos comunica. Así se crean las condiciones para tanto en la infancia como en la vida adulta, devenir sujetos dominados mucho más por lo inconsciente que se transmite que por los actos conscientes que alcanzamos a elegir. Devenir sujetos se convierte en un proceso que consiste en continuamente representar un mensaje enigmático del mundo. Dicho proceso de subjetivación, se transforma en una serie de traducciones consecutivas que terminan de retraducirse solo hasta el momento de la muerte. Además, dicha traducción se ve mediada por un proceso: el de la represión de esos mismos mensajes que intentamos traducir. Así, los sujetos nos vemos confrontados no solo con la traducción del mensaje del otro, sino con la traducción de lo que retorna de lo que hemos reprimido. La represión así hace una especie de barrera que hace que tengamos siempre un defecto fundamental al momento de traducir el mundo. Esto lejos de ser un motivo para dejar de traducir lo intraducible del mundo, tiene que ser una razón que nos empuje a seguir haciéndolo.
Traducir el mundo es darle vida al cuerpo.
Vincularnos con el cuerpo es dialogar con una narrativa política.
Foto de portada: Freepick
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