“Lo bueno que es ficción” mencionó una asistente al finalizar el espectáculo realizado en torno a María Moliner, autora del diccionario que lleva su nombre. La puesta en escena, realizada por Luisa Huertas —María Moliner—, Oscar Narváez —Fernando—, Roberto Soto —médico—, Israel Islas —Fernando joven/ Soldado— y Eduardo Candás —voz de reportero—, está a cargo de la dirección de Enrique Singer. Esta pequeña nómina de la Compañía Nacional de Teatro se ha dado a la tarea de llevar a la escena el texto de Manuel Calzada Pérez, El diccionario, que, con perdón del expectante con que inicié estas líneas, rebasa los límites del contrato ficcional que separa a los espectadores del escenario.

A través del tiempo, la lengua española se alimenta de novedosas ocurrencias que a la mente de sus usuarios vienen y, lo que es más importante, comunican. Introducirse en el mundo de las palabras posibilita materializar la realidad de maneras inimaginables. En el castellano contabilizado en el Quijote, por ejemplo, la maestría de Cervantes ha arrastrado a los especialistas a dar cuenta de más o menos 22 mil 939 palabras que no se repiten. Seis años después de la primera impresión de las ocurrencias cervantinas, Sebastián Covarrubias se dio a la tarea de catalogar las palabras existentes en lengua española; en su Tesoro, sin embargo, tan solo llegó a documentar 11 mil. No sobra decir que la historia de las palabras camina de la mano de la historia de la humanidad y que parte de esa historia ha caído en el maravilloso trabajo de interpretación actoral que realiza Luisa Huertas, quien se encarga de dar cuerpo a la obra creativa y enfermedad de Maria Moliner, autora del diccionario que lleva su nombre y cuya primera impresión es de finales de la década de los 60 del siglo pasado. 

“Todo comienza con un acto expresivo”, menciona María para introducir al espectador en un presente que integra en una escena dividida en tres partes —el consultorio del neurólogo y alguna sala en casa de Moliner— la explicación sobre su trabajo de diccionarista con imágenes del pasado. Moliner, que cataloga aproximadamente 190 mil palabras en su obra, no se rinde fácilmente ante la arterioesclerosis cerebral que poco a poco va mermando sus habilidades cognitivas y de relaciones personales. 

Contrapunteada por Roberto Soto —Médico— y óscar Narváez —Esposo— Moliner intima con los espectadores mientras expone la posibilidad de saberse segura dentro los límites que supone el uso del lenguaje.  Así, el personaje en apariencia dividido entre la seguridad y angustia por la pérdida de lucidez callará lo que por naturaleza le duele recordar por órdenes médicas dentro del contexto personal para aminorar el avance de su enfermedad,  pero no lo hará dentro del político español durante el cual desarrollo su copiosa labor. 

Se debe agradecer la espléndida teatralización del contenido de esta obra por cuantos discursos adyacentes al principal cuestiona a cada momento, en algunas ocasiones con delicados toques humorísticos que recuerdan a Cervantes. La imposición dictatorial política y sociocultural que condena a los personajes al silencio, a la privación del conocimiento del mundo, a la limitación del uso del lenguaje y al sometimiento del cuerpo que causan las enfermedades físicas y morales son motivos para hacer caer en la cuenta al espectador de la variedad con la que la censura y la diplomacia pretenden solucionar situaciones de conflicto en la actualidad. Desde la perspectiva de Moliner, la única manera de defender la libertad expresiva de su república y la propia identidad es la crítica inteligente a la manera en la que pequeños grupos de seres humanos y, en específico, las poseedoras de los conocimientos absolutos ejercen control por medio de la palabra. Su propuesta se materializa en la creación de un diccionario al que dedica gran parte de su vida con la finalidad de reconsiderar la posibilidad de definir el mundo y sus conflictos con precisión y sencillez; pasando por una manera genérica para establecer, finalmente, sus particularidades por medio de un término diferenciador. Todo ello sin que la palabra se vuelva un instrumento de dominio o sometimiento y que permita la aproximación entre las partes de un sistema de comunicación. 

Partir de la práctica para denominar con signos asequibles a cualquier intelecto lo que se quiere definir es manifiesto en el tratamiento escénico de una trama sencilla, compleja en interpretación, pero nunca ambigua. Moliner no es una mujer dividida; al contrario, incluso en los momentos más críticos de su vida, Luisa Huertas la muestra enérgica y templada; como todo ser humano, falible a los errores cometidos en el pasado. Su trabajo, el diccionario, presente en todo el espacio dramático, la acompaña de un lugar a otro y de una situación a otra; se va perdiendo para ella en tanto que se abre a los ojos del espectador una ventana que muestra el resultado de una memoria selectiva, ordenada y sistémica que persiste en aminorar los dolores de su vida privada. La delicadeza en el trabajo tendrá que quedarse a un lado cuando el punto más álgido de la composición muestre todos los vértices que se encuentran detrás de una mujer que dedicó su vida a buscar la manera de tamizar el lenguaje para el entendimiento entre los seres humanos.
Jueves y viernes 20:00 horas, sábados 19:00 y domingos 18:00 horas.
Adolescentes y adultos.
Entrada libre con reservación al correo: [email protected]

1 comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *