Ayer alcancé ver la última función de la tercera temporada de “Villa Dolorosa” en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico, bajo la dirección de Silvia Ortega Vettoretti. No sólo fui testigo de una sala repleta, también pude atestiguar cómo una pieza alemana de la pluma de Rebekka Kricheldorf se vuelve universalmente comprensible y palpable. El humor y el dolor combinan en ella de tal forma que se convierte en un delicioso licor a la vez añejo y joven para cualquier paladar. La obra tiene todo el potencial para ser un clásico contemporáneo.
Una “versión libre de las tres Hermanas de Chejov” advierte el subtítulo. Y en efecto, la dramaturga se sintió libre e inspirada y orquestó seis personajes contrastantes para armar poderosos conflictos. Pues aquí todos compiten: ¿quién es el ser más patético de esta fiesta/ vida?
Olga (Daniela Zavala/ [Paula Watson]) es la única hermana en la casa que trabaja de verdad, que tiene un ingreso estable, pero a la que nunca le cuentan nada. Irina (Renata Wimer) es la que intenta festejar su cumpleaños, pero cada año es un nuevo fracaso igual que sus carreras académicas abandonadas. Masha (Mahalat Sánchez) está casada con un hombre del que no siente enamorada por lo cual le horroriza pensar en la mezcla de sus genes para procrear un hijo. Andréi (José Carriedo) es el hermano con mayores ideales, conceptos, sin embargo, le cuesta trabajo la vida terrenal, mantener un hijo, convivir con personas reales. Su esposa Janine (Sheila Flores), de clase baja y “pobre”, es la que quiere traer orden y virtudes a la vida familiar de los cuatro hermanos y solo cosecha desprecio. Al parecer en esta casa nadie se lleva bien, al parecer todos saben ver los defectos del otro, atacar y herir, pero nadie sabe recibir crítica y golpes (bajos).
El mejor amigo de todos es probablemente el alcohol, pues les ayuda a soportar(se). Georg (Salvador Hurtado), el otro amigo, es la mirada externa sobre esa casa-caos; y agradece que por un momento los problemas ajenos lo distraen de su propia deplorable existencia.
La constelación de los personajes es grandiosa y sumamente teatral: pues en cada rincón, vaso, mirada, silla se esconde un conflicto. La dramaturgia alemana, con parlamentos filosos capaces de cortar venas, y la dirección mexicana combinan, fusionan a la perfección y logran crear un inteligente coctel de emociones. La escenografía y el vestuario son funcionales y eficientes (Carolina Jiménez); todo está en su lugar o en ese “no lugar”, dislocado, alocado (verrückt). No se necesita más para atrapar al público: las actuaciones son maravillosas, en un mismo nivel o se podría decir de una sola familia kricheldorfiana.
Por cierto, el proyecto ha sido totalmente independiente y tres de las actrices confiaron tanto en el texto que tomaron a la vez el riesgo de ser las productoras (Zavala, Wimer y Flores). Sin duda, VILLA DOLOROSA tiene el aliento para dar unas cuantas temporadas más.
(D.J. 10/05/2019)
Foto de portada: Eder Zárate, Voces del periodista