“Si el dedo de la abuela suena, yo te llamo”
Antologado en el Ciclo Brujas 2021-2022 del cual ya hemos referido algunas líneas en este espacio en relación con otra de las composiciones en él incluidas, se sustrae “A la orilla del mar”. Escrita por Wendy Hernández y dirigida por Andrea Salgado, la propuesta, vigente en Foro Shakespeare hasta el 23 de abril, continúa plantando cara a replanteamientos de las infancias femeninas, destacando la importancia del cultivo del juego y la imaginación como vehículo de transmisión de saberes y formación emocional de nuevas generaciones.
Jheraldy Palencia, Jocelyne Posadas, Dafne Fuentes y Araceli Pacheco representan esta propuesta en la que la pequeña Lara está obligada a cuidar a su abuela enferma mientras su madre debe salir a buscar oxígeno para mantener a su madre viva. Mientras el núcleo familiar de la pequeña atraviesa por una situación de pérdida y aceptación de la muerte, nieta y abuela se cuelan en un mundo fantástico que resulta ser la síntesis del proceso de maduración emocional de la pequeña. No obstante, como en toda infancia, el punto particular de anclaje de la niña a la realidad está relacionado con aquellos estímulos heredados por sus mayores que, en su caso, simbolizan la vida como un océano en el que se debe profundizar para encontrarse a sí mismo y reafirmar la propia identidad entre opiniones y maneras de ver la vida muy diversas.
La delicadeza con que directora y actrices trabajan sobre el texto de Wendy Hernández no tiene tiempo para reparar en el miedo y angustia que genera el asunto principal de las pérdidas humanas; para observar las infancias femeninas como resultado de aquello que se trasmite de una mujer a otra, de generación en generación y no siempre asertivamente. Si bien, en un primer momento, se plantea la poca o nula capacidad de la niña para comprender la realidad, por medio de una lúdica y hermosa construcción metafórica se sumerge al espectador en una realidad a la medida de cualquier infante, pero con una gran carga simbólica que tambalea la perspectiva de cualquier adulto.
Desde la perspectiva de Salgado, el proceso de maduración del personaje es un reflejo y un contraste de puntos de vista generacionales. Patos que le tiran a las escopetas, según refiere la abuela a Lara, quien no entiende la relación del juego con la preocupación de su madre que regaña a su abuela por no comportarse debidamente. De esta manera, se transmite la urgencia de promover el ejercicio de la imaginación y la inclusión de aspectos lúdicos en la formación de las infancias femeninas. La adulta anciana que juega a ser niña y la niña que quiere ser adulta experimentan la existencia, contribuyendo a colocar en crisis el discurso adultocentrista de aceptación y negación de la realidad vigente que deja de lado también a los ancianos.
“A la orilla del mar” es ese pato que le tira a las escopetas; la muestra de toda niña que crece observando para transmitir de vuelta que su entendimiento de la realidad se formó escuchando las más grandes, pero dulces mentiras al mismo tiempo que la imagen simbólica de la transformación de la percepción de la realidad en un bestiario que comienza con la vida en el exterior y que termina por anclarse en el interior de los núcleos familiares. Para manifestar los peligros y generosidades de la existencia, tiburones, ballenas, anguilas, peces espada, estrellas y delfines habitan las profundidades de la imaginación marítima, así como se oponen a las comunes bestias que habitan la superficie terrestre, changos de corta comprensión y leones violentos o aprensivos.
En este sentido, no hay desperdicio en en la obra. La dramaturgia contribuye a destacar el carácter espectacular del inocente y dulce texto de Hernández. Por medio de un dispositivo modesto, pero no menos sorprendente, se pasa de una sala de estar a las profundidades del océano con un salto de sillón, un snorkel de papel y una iluminación adecuada con la finalidad de transmitir un mensaje esperanzador, cordial y divertido. De este modo, la trama, que parece circular por cuanto se desarrolla en torno a la posibilidad de conservar esas tradiciones familiares y orden social, resulta una carismática invitación a la reflexión sobre la manera en la que la sociedad educa a sus hijas y, sobre todo, un llamado a la creación de métodos de comunicación asertivos y realistas sin dejar de ser lúdicos y fantásticos. Métodos en cuyo discurso no se demerita el amor, la amabilidad y la comprensión intergeneracional entre las mujeres, a pesar de la tristeza, amargura y desconfianza que la existencia y sus acompañantes traen consigo.