Artús Chávez dirige un conjunto de músicos y actores en una adaptación de los cuentos escritos en verso por Heinrich Hoffman contenidos en el Volumen Pedro Melenas publicado en 1845. En su propuesta dramatúrgica de teatro infantil y juvenil, que se presenta en el teatro Julio Castillo, sobresalen la mezcla de clown y cabaret, un humor negro diseñado a la altura de cualquier infancia; una dosis sorprendente de distintos géneros musicales, y un destacable trabajo actoral de los integrantes de La Caja de Teatro. Todo montado sobre un aparato espectacular que integra la representación de siete relatos representados por una compañía de circo-cabaret en torno a un relato principal, el cual lleva el eje de la tensión dramática.

Juan babieca, Marlene la melindrosa, Paulinita y las cerillas; Felipe rabietas, Conrado el chupa dedos, Federico el cruel y Roberta la voladora son los cuentos elegidos de la pluma de Hoffman enmarcados por el relato principal. La historia del niño que abandona los buenos hábitos y, en un acto de rebeldía, decide dejar de asearse para transformarse en una leyenda monstruosa, sucia y salvaje. Para ello, la trama recurre a un dispositivo tópico: una compañía de comediantes, en este cast circense, como principio motor de la representación.

Cada relato, no obstante este básico punto de partida, resulta maravilloso por cuanto el equipo de trabajo logra rescatar detalles de la tradición romántica decimonónica en la que se originaron los relatos. De esta manera, el espectador se encontrará con una representación rica en contenidos simbólicos pero encantadora por cuanto la fuerza expresiva es un desborde para la imaginación. Exquisitos en su interpretación, musical y literariamente bien logrados, cada relato vuelve cómico lo serio y muestra de manera hiperbólica los excesos de una fantasía que pisa los límites más oscuros de la imaginación humana, situándola ya en la parodia, ya en el sarcasmo o ya en la simple risa por la repetición de hechos absurdos.

Conviene recordar, estimado ojo avizor de teatro, que esto es una comedia con mucho humor negro y que logra su intención gracias a varios detalles retóricos. Primero, usa el lenguaje de manera despierta, en doble sentido, privilegia lo altisonante siempre de manera sorprendente sin llegar a lo grotesco; y lo que es más, no sólo lo logra verbalmente. Las historias se van enganchando por un eje temático detrás del acto principal -que es la constante presencia del monstruo que no aparece-; se privilegia la experimentación y cuestionamiento de la realidad, los hábitos cotidianos y la identidad de los personajes infantiles de los que presuntamente deben sacar un aprendizaje.

Así, detrás de cada historia y de cada juego con las consecuencias provocadas por la desobediencia, la rebeldía, la sobre protección y la permisividad parental; el berrinche desmedido y el más álgido exponente de lo anterior, el niño “bully”, se encuentra ese ‘mostro’ que, aunque siempre está presente, paradójicamente es anulado por la complicidad que logra la calidad orgánica del dispositivo dramático con el público. En este sentido, el proyecto de Chávez parece querer recordar: si los adultos presencian en el teatro un reporte de mala conducta en el que en las líneas finales se dicta la muerte del infame infante transgresor del orden social, los niños retienen hasta el paroxismo de lo risible la fantasía de la muerte como castigo superable a cualquier travesura.

Federico el cruel (Christopher Aguilasocho)
La Caja de Teatro

¿Y qué pasa en la ficción?

En este punto, como se ha mencionado se representa una una obra sencilla. Una fórmula que funciona porque sus variantes permiten explorar distintos caminos para representar acciones y conflictos entre personajes diversos. Sin embargo, conviene recordar que el teatro es un aparato corporativo e institucional como la familia -en cualquiera de sus manifestaciones- que lleva a los niños romantizados de estos cuentos a la muerte. Conviene recordar también que en su estructura y mecanismos de interacción y comunicación se pueden bien observar equilibrio y descomposición en varios niveles. Timoteo Pardavé -dueño del circo- es la metáfora viva de lo que muchas obras de distintos géneros manifiestan, y que se puede reducir al maltrato laboral que padecen quienes integran el aparato teatral por parte de las instituciones que tienen a su cargo salarios, becas, preparación actoral, cuotas de foros, impuestos y todo aquello que priva de una vida decorosa a los actores, directores, técnicos en iluminación y sonido, escenógrafos, vestuaristas, etc.

Se trabaja con lo que hay, y no sólo en este sector cultural, puede bien pensar cualquier lector. Pero, por decoro, no llevaremos estas líneas más allá de la ficción teatral, como lo sugiere Timoteo Pardavé, acentuando la calidad paródica seria de los asuntos contenidos en esta propuesta dramatúrgica de Pedro Melenas. No permita que lo persigan en sus pesadillas las historias de estos niñ@s que son actores y cuyo oficio radica en la posibilidad de dirigir al espectador por caminos de fantasía y de imaginación llenos de deleitosa crueldad; y finalmente, no pierda de vista que los arrebatos dramáticos de todos estos personajes también hacen pulla sobre caracteres tipificados en nuestros días: Timoteo Pardavé, empresario explotador, líder de la compañía; Mimí Valmont, presuntuosa, pedante y mala actriz; Titán, atractivo y musculoso, pero innecesario; Pedro melenas, el gigante que lo observa todo; Góndola, Bartulia y Pipo, las estrellas de esta magnífica propuesta que abren el camino de la fantasía, anticipan desenlaces sorprendentes y cautivan por la delicadeza de su construcción, la cual recuerda el estilo de personajes heredados de Terry Gilliam y Tim Burton.

Y es precisamente en este punto, estimado lector, que hay que abrir bien los ojos, dramática y espectacularmente, la representación de La caja de Teatro y de Artús Chávez es un aparato teatral sorprendente y sorpresivo por su gran calidad y contenido visual además de todas las virtudes críticas que manifiesta el contenido dramático ya mencionadas.

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