José Caballero y la Compañía Nacional de Teatro representan —del 6 de junio al 15 de julio del presente— en el teatro Julio Castillo el ciclo Los grandes muertos de la dramaturga y novelista mexicana Luisa Josefina Hernández. La propuesta incluye seis de las once obras que integran este magnífico ciclo de la autora —“El galán de ultramar”, “La amante”, “Fermento y sueño”, “Tres perros y un gato”, “La sota y Los médicos”—. En éste se estimula la teatralización reflexiva sobre la consolidación de la institución familiar con una mirada que abre canales de atención para la particular voz de los personajes femeninos de un México que heredamos del romanticismo decimonónico hasta su enfrentamiento con los primeros años del siglo XX. Así, las buenas costumbres, mas no las tradiciones son puestas en tela de juicio.

Dar vida a una sola voz apagada debido a los compromisos obligados de la familia Santander Brito es el planteamiento de la maestra Hernández y que, a través de la mirada de Caballero junto con la magnífica interpretación del elenco base de la CNT y el cuerpo técnico, se manifiesta con gran fuerza dramática. Si seguimos los pasos de la maestra como crítica de teatro y prescindimos del texto literario, el andamiaje de las composiciones es un agasajo en su manifestación teatral. Moderado en la interpretación actoral, con momentos lúcidos para el sufrimiento, sarcasmo e ironía; así como equilibrado en su composición visual, José Caballero logra orquestar un continuo de cuadros de costumbres que derriba los muros del diálogo, incorporándose a la dinámica escenográfica.

Se trata, pues, de robustecer la observación del trayecto de la voz femenina en un momento coyuntural en la historia de las ideas y de la conformación de la sociedad mexicana contemporánea. Cada personaje femenino es eco de la herencia romántica igual que de su adaptación realista a la vida cotidiana; imprimirá en algún sentido su perspectiva en el paisaje tanto como la negará a su debido tiempo para, finalmente, revelarlo como cruce de distintas superficies antes complementarias que opuestas. Los puntos de vista que sobre la realidad emiten las mujeres Brito, Encarnación, Agustina, Romana, doña Dulcinea —interpretadas por Ana Isabel Esqueira, Azalia Ortiz, Gabriela Nuñez, Julieta Gurrola— son continentes del silencio, de la insatisfacción y frustraciones impuestas por la retrograda incapacidad de lo otro masculino que no niega su existencia, que diluye su participación en la escala de valores de un país que no acaba de independizarse y comienza a gestar su revolución partiendo de un anquilosado pensamiento.

Hermana, amante, esposa, prostituta, madre, abuela e hija y cada una de ellas voz abnegada por convención, conveniencia o inocencia, como se muestra en la caracterización de Sofía Fierro e Irene Fierro, herederas de las Brito —Paulina Treviño y Rocío Lea—, su caracterización tipificada muestra claramente a seres que no logran encajar del todo en este difícil contexto social en el que la educación de las mujeres es manipulada. Sin embargo, la singular voz de la tía Agustina testimoniará el fracaso de esa idílica y violenta realidad masculina, centrando su discurso en argumentos que contravienen al ‘qué dirán’; lo mismo que Amanda —amante del padre de las pequeñas Brito, personaje desempeñado por Ana Paola Loaiza—. En su identidad y discurso contestario, esta loca solterona, grotesca, disoluta, se manifiesta realista y ejecutora de la voluntad colectiva que ha sido oprimida generación tras generación durante las seis piezas. Si hay una vía conciliatoria, no obstante, este personaje descubrirá que manipular y disminuir al otro tampoco es una respuesta; al contrario, el tiempo, la comprensión, ganas y entrega sincera de intereses comunes rebasará a la violencia como mecanismo de supervivencia dentro de ese ambiente hostil. 

Hay un punto de vista acomodaticio detrás de todo esto. Ese que no precisamente es explícito, pero si sugerido y criticado en la obra de Josefina y que Castillo imprime de manera plástica en el escenario. Complicado en la medida en la que el aparato escénico priva de visión en ocasiones, lo que puede resultar incómodo al espectador, se ajusta de manera delicada al sentido de la oposición entre lo público y lo privado, proporcionado un alto grado de credibilidad a lo que acontece en el escenario. La tradicional propuesta de verbalización del conflicto se refleja así en la creación de espacios para los cuales la escenografía se coloca en diferentes planos y perspectivas. Espacios íntimos, abiertos, de comercio o intercambio de placeres, de negocios o violencia se van sucediendo a la par que los actores entran y salen al tiempo que modifican la composición escenográfica, dando cuenta de que la construcción del espacio laberíntico está en función del perfil dramático del personaje femenino. Este logro, que esconde para unos y revela para otros, según el lugar de la sala que se ocupe, introduce al espectador a un mundo en el que la intriga satisface, deprime, lo hace reír y sollozar. 

El viaje en el tiempo no es sencillo, requiere paciencia. El estilo de la novela de entregas del siglo XIX llevado al teatro en las seis piezas toma tres visitas al recinto, cada uno con un tiempo aproximado de dos a dos horas y media. Puede aventurarse a tomar el tiempo necesario y como las abuelas regresar una y otra vez con la curiosidad mal sana del médico alienista para desentrañar el mal de estas voces antiguas, malditas y desgraciadas, pero hermosas en tanto que presuponen una conversación con el pasado no apta para miradas polarizadoras.  

Haga el ejercicio y reflexione sobre si un feminicidio es únicamente la muerte física de un ser femenino. Luisa Josefina, José Castillo y la CNT proponen visitar a nuestros muertos con esa premisa previa, ya que, en el diálogo con nuestro pasado, sus actores, en la observación detallada de sus hechos y consecuencias se halla la posibilidad de conciliación con el presente y, lo que es más, la aceptación del otro como bien natural disfrutable, respetable y cómplice en nuestro breve paso por esta vida.

Los grandes muertos se presenta en el teatro Julio Castillo ubicado en el Centro Cultural del Bosque los días miércoles El galán de ultramar y La amante, jueves Fermento y Sueño y Tres perros y un gato, y viernes a las 19h La sota y Los médicos, los días sábados a las 12h El galán de ultramar y 19h La amante y Fermento y sueño, y los días domingo a las 12 Tres perros y un gato y 18h La sota y Los médicos. Entrada: $150, jueves de teatro $30. El libro, publicado por el FCE, contiene las once piezas y tiene un costo de $350.  Recomendado a mayores de 15 años. 

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