En pocas palabras, vale mucho la pena ir a ver El hombre detrás de la puerta, por inteligente, arriesgada e incluso divertida. El tema y el cartel anuncian más bien una imagen siniestra: desde un bidón caen gotas de gasolina encima de unas cinco manos alzadas. Se advierte que la matanza de los 43 normalistas permea en el fondo de esta creación dramática, aunque no se haga en ningún momento una alusión directa. Fernanda del Monte escribió la obra en 2014, en el mismo año de la tragedia de Iguala, con un apoyo del FONCA y del Consejo de Artes y Letras de Québec. Ayotzinapa se ha convertido en un símbolo de la monstruosidad humana. La pregunta no es cuánta gasolina se requiere para quemar y calcificar unos cuerpos, sino cuánta inhumanidad más soporta un país. El hombre detrás de la puerta propone un juego de ficción interesante: hagamos como si bajáramos al infierno de unos siete humanos. Nuestro guía o conductor es el hombre detrás de la puerta, quien nos abre las puertas al inframundo escénico. 

“El contenido es la forma y la forma, el contenido”, recordó el dramaturgo José Sánchez Sinisterra en su reciente visita en México. La estructura no convencional que eligió Fernanda del Monte permite contar a la vez dos historias en espacios y tiempos diferentes. Al final, fuera de nuestra dimensión, se unen en un solo punto o tal vez habría que decir incendio. La dramaturga detrás del escritorio se puso a jugar con sus personajes como una Diosa que mueve los hilos a distancia. Hay una pareja que emigra a pie hasta Canadá, literalmente cada quien arrastra una cadena de la cual no se puede liberar. Sólo ella, la mujer, está arrepentida por haber dejado a los hijos en México; al contrario el hombre olvida con facilidad y sigue con su vida como si nada. El otro grupo de personajes está compuesto por cinco jóvenes que fueron tirados a las profundidades de un hoyo. Para nadie de ellos hay retorno, ni salida. No se puede dormir, no hay luz, sólo frío. 

Siguiendo en términos metafóricos: si el caballo estaba bronco y nada fácil de montar, la joven compañía Nobis Teatro se divirtió domándolo. Su director Américo del Río se supo aprovechar del texto dramático y su puesta en escena lo potencializó virtuosamente. Sin duda, uno de los grandes aciertos fue la inserción de las constantes rupturas de tono. La ironía los salvó de caer en el hoyo de lo melodramático y trivial. El sabor agridulce de la obra se debe en gran medida a la extraordinaria interpretación del “Hombre 2” por Miguel Narro. El personaje de traje salmón y sin cejas, que parece haber salido de una película de Tim Burton, crea como un dios o más bien como un diablo este mundo extraño. El Hombre 2 está situado por encima de las cosas y personas, es y será el único que es dueño de sus acciones e incluso de la obra teatral, sale y entra (por la puerta) cuándo y cómo le place. Las múltiples canciones y coreografías —que merecen una mención especial y que son mérito de todo el equipo creativo— contribuyen al famoso efecto de extrañamiento (Verfremdungseffekt). Recuerdan al espectador: “esto nunca dejará de ser teatro”. Por la misma razón, el público mantiene una postura distante y crítica, no sufre con los personajes, se queda afuera. Cantar y bailar son en la pieza además sinónimos de olvidar. En este mundo lleno de atrocidades es necesario saber olvidar a fin de poder continuar con la vida.   

La compañía Nobis Teatro se decidió entre otras cosas por este poderoso texto porque representaba diversos retos para los actores. El director apostó por pocos elementos escénicos y se centró en las actuaciones. Por ejemplo el hoyo no está representado de manera fija en el escenario, son los actores que arrastran el hoyo con sus movimientos y su imaginación. La puerta obtuvo una resolución escénica especialmente ingeniosa, se convirtió en un elemento dinámico, incluso mágico. Se trata de una caja alta y negra sobre ruedas que se deja abrir por ambos lados. Así el Hombre 2 aparece y desaparece en momentos inesperados. Su papel queda hasta el final enigmático. En algún momento advierte a la joven que ruega pasar por la puerta, “solo soy tu espejo”. 

Dado que los cinco personajes están expuestos a una situación de emergencia desde un inicio, no los conocemos con otras facetas que no sean la desesperación y el instinto de sobrevivencia. Llevados al extremo como aquellos jóvenes todos nos portamos de una manera similar. De hecho, en la escritura dramática no llevan nombres sino números, en partes de confunden, pues sólo llegan a ser tipos igual que el Hombre y la Mujer. El director y los actores hicieron un excelente trabajo para llenar los huecos de información y lograron encontrar características específicas para cada uno (por ejemplo decidieron que uno de ellos fuera homosexual). En cuanto a la representación de la pareja, Del Río decidió llevarla a la farsa, es decir, exageró los estereotipos y ridiculizó el acto sexual como aquel arma de dominación. Los más críticos podrían molestarse por la imagen de dos mujeres sumisas (madre e hija) y argumentar que es “una obra en dónde se denigra la inteligencia y fuerza femenina.” Sin embargo, a mi entender, queda bastante claro que Del Monte hace una crítica perspicaz de este tipo de mujeres complacientes y abnegadas. La autora escribió el anti-ejemplo de la mujer contemporánea, por eso llevó su abnegación y sometimiento al extremo. En consecuencia, el público siente rechazo en vez de lástima. Finalmente, la dramaturga detrás del escritorio es libre, puede crear personajes femeninos que no se parecen en nada a ella, ni a sus creencias. En Reflejos de ella (2015) Del Monte realizó una búsqueda literaria completamente opuesta: Sor Juana Inés de la Cruz es un personaje fuerte y emancipado que posee rasgos autobiográficos (o reflejos) de la autora.  

Tanto en el texto como en la puesta en escena se puede observar un interés especial por las luces y las sombras. De hecho, la puerta, las velas y la gasolina son elementos que crean unidad entre las dos historias paralelas. Pero por mucho que prendamos la luz o que haya sol, si no abrimos también los ojos, no veremos nada. Ver o no ver es una actitud o actividad mental y al mismo tiempo una cuestión cultural. En México existe una tradición de cultivar la ignorancia (del pueblo); los que están arriba (con dinero) siempre han decidido sobre lo que deben ver y saber los de abajo. Los cinco chavos que intentan subirse por la pared son la metáfora de una sociedad mexicana disfuncional, representan aquella imagen de los cangrejos que se jalan siempre para bajo para que nadie pueda (sobre-) salir. Aun así nunca falta aquel individuo que se aprovecha de la desventaja de los demás.  El final que anuncia Del Monte es obscuro y pesimista: mientras que los jóvenes buscan una salida/puerta a fin de poder escapar de la muerte segura, para la Mujer y ama de casa la muerte representa la puerta anhelada para salirse de su vida infernal. 

El hombre detrás de la puerta es de estas piezas capaces de marcar un antes y un después en el espectador, pues agudiza los sentidos, sobre todo el de la autocrítica. Quizás pueda ser para algunos un impulso para detectar las cadenas en la propia vida. Aunque no nos podamos liberar de todos los deberes, al menos somos libres en tomar ciertas decisiones (como la selección de nuestra pareja, etc.). La obra estimula reflexiones existencialistas y seguro hay algo en ella de la frase famosa de Jean Paul Sartre: “L’enfer, c’est les autres.” Pero en este caso habría que añadir que “el verdadero infierno soy yo mismo o yo misma”, aunque alguien más me haya dado la patada para caer en él. 

Una cadena es solo tan fuerte como su eslabón más débil. En el montaje más reciente del actor y también dramaturgo Américo del Río todos los eslabones tienen la misma fuerza. La compañía Nobis Teatro, formada de egresados de la última generación de CasAzul, se acercó con intuición al director quien a su vez propuso el texto de Fernanda del Monte. El primer gran acierto del grupo fue la selección de una base dramatúrgica tan sólida. Después, fue el Teatro la Capilla que abrió cálidamente sus puertas y está ahora posibilitando una segunda temporada. El entusiasmo de los jóvenes talentosos sigue prendido. “Cada vez la obra nos gusta más.”, cuenta Del Río. El resultado Del hombre detrás de la puerta quedó asombroso. Se necesita más teatro así, la extensión de la temporada es totalmente merecida. 

(18/10/2017) 

Por Dorte Jansen

“El hombre detrás de la puerta” de Fernanda del Monte 

Dirección: Américo del Río 

Actuaciones: Miguel Narro, Raquel Mendoza, Alejandra Ricárdez Ostiguín, Daniel Ruiseñor, Alan Escalona, Paulina Olvera, Fernando España, Maya Yrigoyen, Fernando Bueno Lacy y Tairi Farjado. 

Teatro la Capilla (calle Madrid No. 13, en la colonia del Carmen, Coyoacán) 

Domingos a las 12.30hrs (del 22 de octubre hasta el 10 de diciembre de 2017)  

Boletos en $ 250 pesos 

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