Fábula con un avión, un caballo y mucho combustible desperdiciado

Expongamos el asunto con un símil. Supongamos que usted tiene un negocio grande, que le requiere transportar mercancías regularmente al otro lado del Atlántico. De modo que, con esfuerzo, opta por hacerse de un avión propio, aprovechando la afortunada circunstancia de que el país produce combustible abundante y económico. Un buen día llega ante usted un hombre bien vestido, montando un caballo, quien se presenta como ejecutivo de una compañía internacional “amigables con el ambiente”, y le ofrece el que según él es un gran negocio: comprarle el caballo que lleva, para que lo emplee como transporte en sus envíos trasatlánticos, en sustitución del avión que utiliza. Usted se queda -comprensiblemente- consternado por un momento, antes de responder:

-“Oiga, hablamos de cruzar el Atlántico… ¿Cómo cree que voy a cargar al caballo con mercancía para cruzar el océano en su lomo? ¡La única manera cómo podría hacer eso sería llevando al caballo a bordo del avión!”

Sin inmutarse, el hombre bien vestido le explica que el mundo se ha ‘vuelto verde’, que el caballo, a diferencia del avión, no contamina, que el caballo es totalmente sustentable, que la tracción a caballo es la energía del futuro porque es ecológica, que el caballo es mucho más económico de mantener que el avión, y que todas las naciones modernas están apostando por las ‘energías limpias’. El sujeto le empieza a exasperar, pero con calma le explica usted -como si el asunto realmente tuviera que explicarse- que sin duda los caballos son ecológicos, sustentables, mucho menos contaminantes que los aviones, más económicos, y sin duda mucho más lindos, pero que es un disparate suponer que un caballo, o cualquier cantidad de caballos, pudieran servir como medio de transporte interoceánico.

Llega usted a conceder, incluso -ante la insistencia del sujeto-, que probablemente sería una buena idea adquirir algunos caballos, para sus traslados terrestres cortos, pues ello tendría sentido en términos económicos y ecológicos; pero contundente y claramente le dice que jamás le comprará un caballo para cubrir sus requerimientos de transporte trasatlántico. El hombre bien vestido sonríe de medio lado, y se despide levantando el sombrero, al tiempo que enigmáticamente le dice: “Bien, ya veremos si compra o no mis caballos”.

Y unos meses después está usted al pie de su avión… con medio centenar de caballos, a los que a la fuerza tiene que llevar junto con toda la demás carga a bordo del avión, pagando, además, un enorme costo por el combustible, porque ahora ya no se utiliza el que antes se producía en el país, sino que se compra, carísimo, en el extranjero. Resulta que el vendedor de caballos pudo repartir algunos sobornos por aquí y por allá entre la clase política local, y consiguió que le aprobaran una reforma energética para promover las “energías verdes”.

Reforma que le obliga a usted, por ley, a usar en todo momento los caballos, los requiera o no los requiera, usando incluso el avión que posee para llevar en él a los animales. Ello al tiempo que la reforma por la “energía limpia” prohibió que se produjeran más en él país esos sucios combustibles fósiles… lo que, sin embargo, se siguen requiriendo en las mismas cantidades que antes y hasta mayores; pero ahora se deben comprar y transportar -a grandes costos y con gran gasto energético- desde el extranjero. Importación que terminó por ser otro redituable negocio para el vendedor de caballos y sus amigos políticos…

Pues bien, justo eso fue -en términos muy simplificados- la contrarreforma energética de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Contrarreforma a la que debe verse como la conclusión del proceso de desmantelamiento de las industrias energéticas estatales -la petrolera y la eléctrica- iniciado desde decenios antes. Y que en un primer momento nos llevó al sinsentido de ser un país productor de hidrocarburos en el que el gas natural se quema en los pozos y refinerías en vez de aprovecharse (¿ha visto usted los enormes mecheros que arden día y noche en los campos y refinerías de PEMEX?), para emplear, en vez de ello, gas comprado en el extranjero a altos costos, y en el que el petróleo crudo se exporta, para importar -nuevamente a altos costos- gasolinas y refinados.

El equivalente, ni más ni menos, a exportar naranjas para importar a altos costos jugo de naranja. Ello bajo la falacia economicista de que “refinar y producir gas en el extranjero es más barato que crear infraestructura local para ello” (¿será, de verdad, que comprarse un exprimidor para hacer jugo en casa sea más caro que comprarlo ya hecho?), y bajo el presupuesto, de tinte francamente racista, de que los mexicanos estamos de algún modo naturalmente impedidos para desarrollar una industria moderna propia.

Este proceso de contrarreforma privatizadora se pintó de verde en su segunda fase, cuando el objeto de privatización ya no fue el petróleo, sino la electricidad. Pues bajo el argumento de que la electricidad producida con combustibles fósiles es sucia -lo que por supuesto es verdad en principio-, se creó una reforma que obligaba, mediante contratos extremadamente gravosos para el Estado, a contratar la energía eólica y fotovoltaica de productores privados para incorporarse a la red eléctrica nacional. Lo que es más o menos el equivalente a colocar carga en caballos, para subir luego a los caballos en un avión que emplea combustible convencional.

Expliquemos esto. Si bien las energías ‘limpias’ son menos limpias de lo que se cree (¿usted creía que la maquinaria que construye un campo eólico se mueva con energía del viento?), estas son, ciertamente, más limpias que la quema sin cuidado de combustibles fósiles. Pero las energías alternativas tienen al menos tres grandes, enormes problemas, que las hacen completa y totalmente incapaces de sustituir a las fuentes convencionales de energía por el momento y por mucho tiempo por venir.

Primer problema: la energía solar y la eólica son inevitablemente inconstantes y poco fiables (el sol tiene la mala costumbre de ocultarse justo cuando más electricidad se utiliza: por la noche). Segundo problema: las energías alternativas tienen una densidad energética mucho menor a los combustibles convencionales. Esto es, que para lograr la misma cantidad de energía que produce un pequeño volumen de combustible fósil se requiere una considerable extensión de paneles solares o varios molinos eólicos (que además, quién sabe si funcionen cuando se les requiera). Todo lo cual hace -tercer problema- que las energías limpias sean por el momento, y probablemente por mucho tiempo, inutilizables para fines de transporte. (Antes de que se lo pregunte: la inmensa mayoría de los autos eléctricos dependen de electricidad producida de fuentes convencionales; lo que significa que son bastante poco ecológicos).

De modo que tratar de introducir electricidad eólica o solar en la red eléctrica causa más problemas de los que resuelve. Pues durante las horas del día hay que reducir la producción de las plantas convencionales para que entren las ‘energías limpias’, y por las noches, o cada vez que falle el viento o se nuble el día, hay que meter de golpe energía de respaldo… producida por medio de gas, gasóleo u otro combustible fósil. Es como si, figurativamente, hubiera que tener en todo momento un trasporte listo para transportar en él al caballo que presuntamente nos estaba llevando a nosotros.

Todo ello con el agregado de que el sistema energético de respaldo no lo pagan los productores de ‘energías limpias’, sino nosotros con nuestros impuestos; y que toda esta operación supone un complejo y costoso sistema de control eléctrico pagado nuevamente por nosotros. De manera que en condiciones de verdadera competencia de mercado la producción de energía eólica o fotovoltaica sería imposible como negocio. De modo similar a como no existe un negocio comercial de caballos de carga trasatlántica. Las energías limpias son un negocio en México solo porque una ley injusta y abusiva no obliga a subsidiarlas con nuestros impuestos. Esto es, que nosotros costeamos el avión para los caballos.

La reforma planteada por la 4T, puesta en estos términos, no es otra cosa sino el intento por acabar por esta situación de abuso, sin lógica técnica ni económica, y explicable solo como producto de la corrupción política y empresarial, para recuperar la rectoría del Estado sobre los únicos recursos energéticos que de momento pueden sostener las necesidades del país: el petróleo y el gas, de los que disponemos aún en abundancia.

¿Significa esto que López Obrador es enemigo del ambiente y las energías limpias? No, no parece ser esa la situación. Aunque ciertamente al gobierno de la 4T ha fallado en proponer algún plan racional, viable y honesto para el desarrollo de energía limpias (eso es algo que tendríamos que exigir), la idea de que las actuales propuestas de reforma energética son un “atentado contra el ambiente” son ante todo propaganda tendenciosa, fundada en un supuesto totalmente falaz: que en el actual estado de la tecnología, y con nuestros niveles de consumo, es posible sustituir las energías sucias del petróleo, gas y carbón con energía eólica y solar. De modo que si López Obrador no opta por ello, es por un ánimo perverso de destrucción del ambiente.

En realidad, la idea de que técnicamente ya es posible sustituir las energías fósiles con energías alternativas es falsa. En México y en el resto del mundo. Solo algunas pocas naciones -Islandia sería el caso más notable- han podido hacer de las energías renovables un componente relevante en su oferta energética. Lo que se explica en el caso de Islandia, y en otros similares, por ser una nación pequeña, con escasa actividad industrial, y condiciones naturales favorables. Pero cuando un islandés -o un alemán o un holandés- debe viajar a América, ciertamente lo hace en una aeronave que quema cantidades industriales de turbosina. No hace el cruce trasatlántico ni en bote de vela, ni en bote solar. Ni a caballo.

Suponer que a los combustibles fósiles se les puede sustituir ya de ya con la energía del viento y el sol es o un noble sueño, imposible de momento… o ideología para sostener un esquema de extracción de recursos del erario, so pretexto de apoyar a las ‘energías limpias’. Sin duda, llegará el día en que la energía solar y la eólica deban ser nuestras fuentes centrales de energía. Pero para cuando ese día llegue, seguramente ya no habrá ni fábricas ni aviones como parte normal del paisaje, pues viviremos en un mundo de mucho menor consumo energético. Y cuando ese momento llegue, quizás se vean de nuevo caballos por las calles de cualquier pueblo. 


Un artículo de Luis Sánchez Gralliet, maestro en filosofía de la ciencia por la UNAM, con especialidad en historia de la Ciencia y la Tecnología. Actualmente profesor en las facultades de Química y Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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