El antropófago moderno vive en el Trópico, antes llamado indio o salvaje, devora la cultura occidental y crea su propia ciudad moderna. Transfigurado, se camuflajea entre la muchedumbre y cruza la avenida al ritmo de cumbia.

Por Mayra Rojo

Tal como un Narciso invertido, el antropófago contempla su reflejo y descubre la fealdad, se reconoce en lo informe y al margen de la cultura de occidente que le da forma y nombre. Heredero de la historia colonial, pero al mismo tiempo producto del conjuro de la ciudad moderna, está ahí, quieto y consciente de lo único que lo hace particular: la historia del caníbal, la historia de la devoración y la invención del “salvaje”. 

Pero el antropófago no se reconoce como caníbal, sino como el cuerpo impuro de la cultura e historia que lo saca de la selva y lo pierde en la ciudad, convirtiéndolo en contradicción viva. La operación simbólica es la inversión del caníbal por el antropófago moderno, el cual proviene no de la imagen bucólica de la edad de la inocencia del salvaje o del Paraíso perdido, sino del hombre y la máquina, la ciudad y el progreso europeo; transformación que lo dota de la falsa voluntad de autorepresentarse, ya no como hombre colonizado sino como sujeto ilustrado que elige devorar la cultura ajena. 

El antropófago es una figura casi infantil que, a usanza del juego de Stop, declara la guerra a la historia bucólica y armónica del salvaje; desconoce a su colonizador y se declara un transeúnte salvaje.  

El poeta brasileño Oswald de Andrade (1890-1954) inventó la figura dual del caníbal civilizado y construyó la metáfora de devoración cultural: Só me interessa o que não é meu. Lei do home. Lei do antropófago. (Sólo me interesa lo que no es mío. Derecho de hogar. Ley del antropófago) Antropofagia fue entonces, la palabra que expresó el fenómeno de apropiación cultural de occidente, del repoblamiento africano en el Caribe y en Brasil, de la destrucción de grupos nómadas de la Amazonia. 

El Manifiesto antropófago (1928) fue una visión intelectual y artística del primer proceso de modernización de los centros citadinos, es el símbolo de la construcción histórica y antropológica de las sociedades primitivas y de África en América.

En consonancia con el discurso de vanguardia, Andrade hizo de la idea de antropofagia una metáfora del arte como acción combativa de los modelos de la tradición renacentista europea, carácter simbólico que ha sido capitalizado de distintas maneras a lo largo de más de ochenta años. El antropófago elige, apropia y transforma el sistema de representación occidental impuesto, lo engulle para crear la imagen de las “ciudades modernas” en el Trópico. 

Con el antropófago se reinventa la imagen mítica del indio aguerrido, del salvaje que se apropia de la voz del hombre histórico y construye su propio pasado desde el presente de la modernidad y el progreso. El antropófago moderno es el emblema de una revolución simbólica de las artes.

Es el resabio o la marca del Tupy, del “indio” que  transfigurado en transeúnte se camuflajea entre la muchedumbre al cruzar la avenida al ritmo de cumbia. Tupy or not tupy that is the question (Tupy o no Tupy esa es la cuestión) es una de las frases emblemáticas del Manifiesto porque ejemplifica la devoración como práctica de apropiación y contaminación. En esta frase se expresa la profunda transformación de la cultura a partir de la figura del mix, ya como una aleación de la cultura popular constituida por las tradiciones africanas del cuerpo, del fetiche, del carnaval pero también de la violencia y de la carne, ya como el monstruo que recoge esa diversidad pero que a la vez no es ninguna de ellas sino lo contrario: lo moderno. 

Según el propio Oswald de Andrade la antropofagia se desató como un contagio, un sarampión, por lo que la acepción de virus o vacuna es una deriva más de la jerga antropofágica que atraviesa la acción de devorar y de contagiar, tan empleada dentro de las analogías y metáforas de la antropofagia artística.

De manera casi paralela, en México José Vasconcelos proclamó la llegada de la “raza cósmica” (1921) y el proyecto del muralismo se encargó de la fisonomía de ese “hombre nuevo” que nacía para integrar las razas: “al negro, al indio, al mongol y al blanco” capaz de construir y ser actor del futuro moderno. 
Los trópicos eran para Vasconcelos el territorio que podría ser conquistado por el desarrollo científico, la ciencia lo haría posible al combatir el clima, pero simultáneamente aprovecharía la fertilidad de la tierra. Para este pensador la “quinta raza” conquistaría el Amazonas: “La tierra de promisión estará entonces en la zona que hoy comprende el Brasil entero, más Colombia, Venezuela, Ecuador, parte de Perú, parte de Bolivia y la región superior de Argentina”. Palabras pertinentes en nuestra actualidad para participar en el debate sobre las utopías no realizadas y de la construcción y encarnación de distopías en el Sur, que permiten plantearnos nuevos enfoques culturales y políticos de gobernabilidad. Antropofágicamente, se apela a la devoración de la historia para transformarla, para que el recuerdo se transgreda y se de paso a la acción del presente.

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