La frase “desde la comodidad del hogar” ha cambiado su
expectativa cuando nuestra experiencia de estar en casa se ha convertido en el deber
ser del confinamiento.

El contexto de pandemia y el mandato global de confinamiento han propiciado el
aumento del uso de los dispositivos y la adaptación a una vida online, lo que demanda
una resignificación crítica al paradigma de lo “humano” y lo “otro” (no-humano,
tecnología, naturaleza, virus, no-vivo, etc.)
¿Cómo repensar nuestra relación con la tecnología y el despliegue de una realidad
evanescente a través de la pantalla? En estos tiempos convulsos el universo de lo
doméstico ha sido modificado por la virtualidad para adquirir otras dimensiones
estéticas y políticas que vuelven a incidir en la polémica de la desaparición de los
límites entre lo público y lo privado.
Los imaginarios del arte y la tecnología han construido una lectura e investigación
estética del eje hombre-tecnología, disputándolo entre la figura del cyborg en clave
feminista bajo el manifiesto de Donna Haraway hasta universos más especializados de
biotecnología en la línea de Eduardo Kac, generalmente discursos y grupos limitados a
la infraestructura tecnológica y teórica de los entrecruzamientos, por un lado, con los
medios de comunicación e información como infraestructura de las experiencias 3D y
realidades aumentadas y, por otro lado, la ingeniería genética, la biología molecular y
los sistemas vivos. En este caso, me parece interesante mirar hacia artistas que antes
de la pandemia ya esbozaban las relaciones entre realidades virtuales y espacios
domésticos, algunas de estas piezas en su relectura cobran nuevos alcances de
sentido.

Foto: Jordan Plaza

Durante la pandemia se registra un 75% de aumento de consumo de videojuegos, con
un 24.5 millones de usuarios conectados al mismo tiempo en Steam, la popular
plataforma de juegos para ordenadores (El país, mayo 2020). Si bien para muchos
“migrantes de la tecnología” el universo de los videojuegos podría seguir siendo
clasificado para pequeños grupos, es un hecho que hoy su acceso se ha extendido.
En los años noventa se populariza la creación y uso del avatar por la mayor circulación
y construcción de personajes en mundos virtuales. La experiencia del avatar va desde
los escenarios 3D hasta la representación por fotografía, gifs, gráficos (emojis) en los
foros de internet y comunidades en línea.
Para adentrarnos en el universo del avatar y lo doméstico me interesa presentar el
trabajo del artista chileno Jordan Plaza, por sus exploraciones espacio-temporales a
través de la imagen 3D y la experimentación audiovisual, podemos citar el
encadenamiento de tres piezas Livin’ (2017), Life itself (2018) y Transistasis (2019),
donde explora los límites entre lo público y lo privado, en el caso de las dos primeras
mezcló espacios físicos en video donde los modelos 3D se configuran como la
mediación de realidades híbridas. La videoinstalación Transistasis juega con la
deformación, fragmentación y evanescencia de los modelos 3D y su proyección en el
espacio.

Por el quiebre radical de los límites de los espacios domésticos y laborales me parece
pertinente centrarnos en la relectura de la pieza Livin’, presentada en Saco, Bienal de
Arte Contemporáneo (“Amor: decadencia y resistencia”, Antofagasta, 2017) en el
bloque expositivo “Ven a mi casa”, invitación que hoy día se presume como poco
probable o con extrema limitación. En aquel momento se hablaba de un tejido diverso
entre lo público y lo privado, una curaduría interesada en mostrar los pequeños rituales
diarios entre las urbes, pueblos, barrios, entre las cocinas o baños de casas,
apartamentos de clase media, o campamentos y estructuras de vivienda precarizadas.

Desde la perspectiva curatorial fue una exposición que permitía repensar la ciudad
desde esta multiplicidad de relaciones interespaciales y temporales, en este contexto
Livin’ fue clasificada dentro del bloque de piezas herméticas o freak (Saco, 2017).
Lo definido como freak y hermético induce a que exista una contraparte, es decir, lo
que es abierto e inteligible y normal se opone -o quizá conviva bajo tensión- a lo que
es “anormal” y “cerrado”. En este sentido, hoy se ha globalizado la idea de que
estamos en un plan gradual hacia una “nueva normalidad”, a la cual hay que adaptarse
sumergiéndose en el universo de lo virtual, de las mascarillas y los sanitizantes.
Nuevas dinámicas cotidianas donde tocar se limita a las teclas del ordenador o el
dispositivo móvil. La frase “desde la comodidad del hogar” ha cambiado su
expectativa cuando nuestra experiencia de estar en casa se ha convertido en el deber
ser del confinamiento.

Foto: Jordan Plaza

El escenario común que se presenta en Livin’ es una sala de estar, donde un sillón
amarillo espera a que el habitante de la casa decida sentarse y jugar videojuegos,
chatear o viajar por internet, lo que en su momento parecía una libre elección, hoy no
es opcional. Ese sillón siempre está ocupado, no por voluntad sino porque es nuestro
“último vehículo” de viaje, como lo anunció Paul Virilio.

Vivimos una de las cimas del mundo líquido de Zygmunt Bauman, sujetos
evanescentes, el grado cero de la deslocalización global que en su devenir exige
políticas de la localización específica. Frente al ordenador se amplifican los
“ciudadanos digitales“, diferenciándose entre “nativos ” y “migrantes” digitales (Rivera
2014). Identidades que hoy radicalmente se imponen y nos anuncian que el
movimiento se restringe a la mirada y la silla de nuestro ordenador pero que ya se
habían gestado en los límites difusos del mundo físico y político de lo doméstico y
virtual. Jordan Plaza se presenta en un loop que lo alterna como contrincante en una
partida de fútbol virtual, guitarrista y lector, lo que podríamos diferenciar como
actividades de esparcimiento y ocio frente a las actividades propiamente de trabajo
productivo.

De primera mirada parece que lo acompañan tres avatares, representaciones
mecánicas que reemplazan a personas, podríamos pensar en ellos como sus dobles
afectivos. Modelos en 3D, avatares de superficies coloridas, brillantes, metálicas y los
elementos de la tabla periódica, cada uno parece tener un universo autónomo de
acciones y emociones. El autor describe que son proyecciones de los elementos no
visibles simbolizados en sus modelos como las divagaciones de una “lumbre interior”.
Este desdoblamiento es quizá lo que definió a la pieza en el hermetismo propio del
artista. Estos avatares acaso personifican estados de ánimo del propio Jordan durante
momentos de ocio, ¿hoy cambiaría esa proyección afectiva de los avatares con un
Jordan Plaza haciendo home-office?

Sin lugar a dudas en este ejercicio de relectura conjunta aparecen nuevas
posibilidades de significados y reflexiones sobre la tecnología porque, como lo señala
Plaza, hoy se ha asumido el uso de los medios como parte del proceso de adaptación
a esa “nueva normalidad”. También, expresa que al revisitar sus piezas observa la
intensificación de algunas de las ideas que articulaban estas obras cuando fueron
concebidas en tiempos pre-pandemia. Por ejemplo, la prometida democratización de
la tecnología, que en palabras del artista, “es una utopía que hoy se derrumba en
medio de una crisis sanitaria que desnuda a un sistema político y social, exhibiendo la
desigualdad que le subyace”.

En la vorágine de la incertidumbre y la inmersión virtual, vivimos la “necesidad
imperiosa del uso masivo de medios digitales que están monopolizando las relaciones
interpersonales en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural y afectiva
(videoconferencias, teletrabajo, compras en línea, etc.)”. En este sentido, cambia
exponencialmente nuestra relación no sólo estética sino política con el mundo virtual
globalizado, donde hoy su uso y acceso no son voluntarios.

Parece que vivimos una fase radical de mutación a la virtualidad tecnológica que ya
había sido anunciada por Marshall McLuhan con su “aldea global” en los años setenta.
De esta forma, bajo la construcción de sociedades del miedo y la obediencia,
entramos fácilmente en un “bucle de simulaciones donde creamos relaciones e
inventamos sentimientos que aparentemente se fundamentan, de manera esencial, en
la autosatisfacción” —menciona el artista—.

Foto de portada: Jordan Plaza

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