Perder la cabeza

Hace unos días, una marca independiente de moda mexicana llamada Industrialmx causó revuelo en redes. Esto, debido al lanzamiento de una serie de prendas estampadas con un diseño de cabezas cercenadas. Usuarios en redes sociales identificaron la imagen cómo víctimas de secuestro abandonadas en Uruapan en 2006.

La justificación de Industrialmx detrás de este diseño, para una colección llamada “Corpses” (cadáveres); alegaba una denuncia hacia la violencia por el narcotráfico y el promover la cercanía de nuestros cuerpos a los cuerpos atravesados por dicha violencia, a través de una interacción performática con la prenda. Performance al alcance de quien pudiera costearlo, por la cantidad de $1200MXN, más envío.

Las críticas en redes no se hicieron esperar, señalando que la marca minimizó la violencia que azota al país desde hace años; reducido a algo que parece un mero capricho estético. Tras las presiones, la marca anunció que retiraría la prenda, además de que borró toda evidencia de la colección en su perfil de Instagram; en su lugar, se lee un comunicado que niega que los intereses de la marca sean extractivistas y lamentando que su lanzamiento haya herido sensibilidades.

¿A quién iba dirigida la campaña de Industrialmx? ¿Qué tipo de personas estarían dispuestas pagar una cifra de ese tamaño por un discurso tan ligero; en un país donde la violencia del narco es el pan de cada día?

A pesar de que son parte de nuestra realidad, las consecuencias de la violencia por el crimen organizado siguen siendo un tema tabú en las artes.

¿De qué otra cosa podríamos hablar?

Toda esta situación me hizo pensar en el trabajo de Teresa Margolles, artista contemporánea originaria de Sinaloa. El estado es una entidad que ha sufrido de manera considerable los estragos de la llamada “guerra contra el narcotráfico“; poniendo a la artista en un contexto de proximidad.

Formada en comunicación y medicina forense, Margolles recurre a la interdisciplina para crear obras que van desde el objeto, hasta la instalación y el performance. Esta artista crea a partir de la memoria y del cuerpo, a veces de manera literal, pues ha recurrido al uso de restos humanos para algunas de sus piezas.

El título de este artículo es una referencia a “¿De qué otra cosa podríamos hablar?“, instalación con la que intervino la Bienal de Venecia en el año 2009, en medio de la administración de Calderón y la escalada de violencia en su gobierno.

Parte de las intervenciones involucraron a familiares de víctimas de esta violencia, quienes trapeaban el piso del palazzo en horarios específicos con agua recogida en las escenas del crimen. Es a través de esta inclusión donde el impacto del arte va más allá del mero shock estético: hay un contacto directo con las víctimas y, por ende, una confrontación con la realidad que permanece después de una muerte violenta.

¿Habría cambiado algo si el elevado precio de las prendas se hubiera destinado de alguna forma a familias tocadas por la violencia del crimen organizado? A pesar de los cuestionamientos que pueden surgir de la manera en que se planteó la colección de la marca; hay que reconocer que ha puesto sobre la mesa el tema de la violencia en nuestro cotidiano y su presencia en las artes.

Porque, después de todo, ¿de qué otra cosa podríamos hablar?

Con información de Melodrama, Labor, El Financiero y SinEmbargo

Una opinión de Susana H Frías

Ilustración de portada a partir de una fotografía de Theilr, via Flickr

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