Con una energía desbordante de naturaleza crítica, en equilibrio con una poética visual y sonora contundente, Cecilia Ramírez Romo dirige a Amanda Schmelz y a Karla Camarillo en una sofisticada interpretación en La violación a una actriz de teatro. Escrita por Carla Zúñiga, la composición proporciona una perspectiva simbólica, amarga y desalentadora de los procesos internos de personajes en cuyos quehaceres cotidianos priva la presencia de la constante opresión ejercida por sociedades que privilegian la competencia y deber ser como realización existencial.   

En manos de la directora y en voces de las actrices, la composición teatral privilegia el enmascaramiento de la identidad de las mujeres jóvenes y adultas para tolerar en su desarrollo situaciones de descomposición en varios niveles. Los puntos críticos son explícitos; parten de abusos que comienzan por la corriente idea romántica de amores que exigen el abandono de sí mismas. A ello suceden episodios de manipulación y maltrato, vacíos existenciales que se acumulan hasta el momento en el que se pierde la voluntad de ejercer la participación política, social y cultural de esos conmovedores seres.

Amanda Schmelz y Karla Camarillo

Sin embargo, la apuesta de Romo no trata únicamente de mostrar la condición de víctimas de las mujeres. Este asunto que comienza a vaciarse por la cotidianidad de manifestaciones que poco proyectan por su discontinuidad, vulgarización o mercantilización del problema, en el imaginario de la directora y actrices se teje desde sus amargos orígenes hasta sus consecuencias de tintes trágicos y cómicos de los cuales ya no se quiere participar. Al paso del diálogo entre las personajes, su historia personal revela situaciones laborales, familiares de amistad y espirituales que van abriendo paso a la comprensión de que la actriz es el símbolo de un tejido social femenino profundamente degradado.

Lo mismo en el discurso de Amanda y de Karla para construir, a partir de su experiencia personal, a los personajes que la disposición visual escenográfica esta propuesta teatral no se queda únicamente en la aparente destrucción del universo teatral como otras obras que se adscriben a visibilizar en escena, bajo alguna línea feminista, los avatares de sus personajes. La revisión y comprensión fragmentaria de los antecedentes en Violación a una actriz de teatro están estrechamente relacionados con las heridas contusas, agudas y penetrantes de la memoria. Uno a uno, estos lugares cotidianos se manifiestan aglutinantes de distintos tonos que tienden siempre hacia la muestra de los graves daños causados por un sistema de relaciones opresor que la memoria difícilmente puede reconstruir con precisión.

Se trata, pues, de atender con ojos y oídos bien abiertos a la representación de un conflicto que refleja la evasión de la realidad de Amanda y Karla manifiesta en mecanismos devastadores, pero tristemente útiles para sobrevivir. Se trata de seguir un discurso de revisión de la memoria, un discurso que no es prometedor desde nuestro presente, pero que advierte que de quien se espera un cambio para el futuro ha de dejar de ser espectador y comenzar a participar activamente desde sus espacios privados para transgredir los públicos con medidas contingentes y enérgicas de prevención y solución de conflictos de toda clase de violación cometida contra las mujeres.                    

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